Rafael Carralero
(21 de
octubre de 2013)
El asunto que voy a abordar en esta
ocasión les parecerá locura a muchos, sobre todo aquéllos que nunca se han puesto a meditar
sobre este espinoso asunto de las libertades individuales, que son naturales, o
dicho de otro modo, que son propias de la naturaleza humana. Digamos que el
derecho al libre movimiento debe ser respetado como un derecho esencial del hombre. Mucho antes de que éste fuera un ser gregario, status que
respondió a necesidades sociales y de
sobrevivencia, era un libre andador. Se trasladó de un sitio a otro, por
razones climáticas o de cualquier tipo y de ese modo fue propiciando cierto
desarrollo civilizatorio que lo condujo al sedentarismo. Nunca después el
hombre ha gozado de las libertades que tales condiciones le ofrecieron, con
independencia del rigor que tal modo de vida conllevara. Desgraciadamente con
los hallazgos crecieron las ambiciones, la jerarquización de la sociedad y las
desigualdades. Aparecieron también los controles y se limitaron las libertades,
entre ellas la libertad de migrar en busca de acomodo. Surgió el demoniaco
concepto de extranjero.
En ese proceso histórico las grandes
multitudes han sido siempre perdedoras,
los privilegiados fueron imponiendo su jerarquía; el poder, debe entenderse. La
distribución del mundo se volvió trampa fatal para las libertades; ésas, “cacareadas” por los poderosos hasta el
cansancio, para que las multitudes no
perciban su condición de reos.
De pronto pulularon los linderos, las líneas fronterizas que implicaron
distanciamiento entre los hombres, quienes fueron confinados a determinados entornos
geográficos. Feudos y naciones le impusieron
un sello que los distinguió del
vecino y del resto de sus iguales, dicho de otra manera; los volvió extranjeros.
Debemos aclarar aquí, que nada o poco tiene que ver el término nación
con el de nacionalidad o de comunidad humana concreta. La nacionalidad o la
comunidad, cualquiera que sea su dimensión, se distingue por un universo de
signos distintivos que los identifican como “gran familia”. Códigos culturales
(que incluye naturalmente el idioma), sistema de símbolos, valores
identitarios, que suponen intereses
comunes, son algunos de los rasgos que identifican al conjunto de tal o cual
comunidad humana. Generalmente estas comunidades se forman de manera
espontánea, se agrupan a partir de procesos creativos y de convivencia comunes.
Esos valores que configuran la identidad debían de ser sagrados, pero,
generalmente son vapuleados, agredidos y, cuando menos, desestimados. (La
identidad hoy resulta ser peligrosa para
los intereses globales de los grupos de poder).
La acción de agruparse dio lugar a los rasgos de identidad que
configuran las comunidades humanas y las distinguen de otras, llámese
comunidad, nacionalidad, etc. Pero cuando
el feudo o nación se impusieron, también se impuso el agrupamiento
forzoso. Bajo ciertas banderas o límites territoriales se estableció un nivel
de dominio, que fue indiferente, casi siempre a los rasgos culturales de sus
habitantes. Quiere decir, que estos límites establecidos a partir de fronteras
conquistadas, negociadas o impuestas de cualquier manera, no son necesariamente
concebidos a partir de intereses identitarios. Responden esencialmente a criterios
de dominación. Lo que se encuentra dentro de determinados límites, impuestos
convencionalmente, define la territorialidad, la “bandera”, el límite de cierto
poder.
Hemos de entender entonces, que las fronteras son contrarias a las
libertades de movimiento y de acomodo del ser humano, en consecuencia
estranguladoras de un derecho humano fundamental. ¿Quién, qué fuerza divina o
terrenal le concedió derecho a determinados hombres y grupos sociales a ponerle
límites a la Tierra? El planeta ha de ser
patrimonio de los hombres que lo habitamos, sin distinciones, sin leyes
ni acuerdos que indiquen los límites territoriales que nos pertenecen o aquéllos que nos son ajenos.
Las fronteras, y, en consecuencia,
feudos o naciones son en su esencia inmorales, contrarios a los derechos y
libertades del individuo. No estoy pensando ahora en la desaparición de las
naciones, ese disparate no se me ocurre, porque
a estas alturas sería una catástrofe y, por tanto irrealizable, pero
meditar sobre las consecuencias de la organización que hasta hoy se ha impuesto,
es un imperativo en la búsqueda de organizaciones más nobles, justas,
racionales y flexibles.
Detrás
de los conceptos de extranjero o migrante
hay un mundo de atrocidades. Discriminación, xenofobia, abusos de todo tipo y
la persecución permanente es el resultado, la consecuencia que hoy sufren
millones de personas en todo el planeta. Los linderos o las fronteras
artificiales y arbitrariamente impuestas han conducido a una desigualdad
pavorosa. Intento llamar a una reflexión sobre lo que implica para esas
multitudes que emigran en busca de una existencia mejor. Legítimo derecho de la
condición humana, pero al mismo tiempo derecho que se ha enajenado y violado,
desde el poder. Son incontables y escalofriantes los abusos que se cometen
diariamente con los migrantes, como si fueran bestias que descienden de otro
mundo. En algunos puntos del planeta son objeto de caserías incesantes, en
otras partes; en Centro América, digamos, centenares de miles de personas se
enfrentan constantemente a riegos inhumanos, por ejemplo, la travesía de la “bestia”, como se le llama a ese tren
fatídico que recorre más de dos mil kilómetros llevando sobre su “lomo” la
desesperación de miles de personas que no tienen trabajo ni esperanzas en sus
países y asumen el “viaje de la muerte” en busca del sueño americano, que casi
siempre se convierte en pesadilla de la que nunca logran despertar. Estas
personas llegaron al límite en sus países y buscan extenderlo, encontrarle
salida a partir de esa migración diabólica que pone también sus vidas en el
límite,
Otro tanto ocurre con los africanos, quienes amontonados en barcos
pequeños, incapaces de soportar el peso excesivo, se exponen al naufragio
constante con el propósito de llegar a tierra europea, con el único fin de
trabajar en las sombras para sobrevivir, sabiendo que serán sometidos a la
discriminación más inhumana posible.
A simple vista pareciera que la tendencia actual globalizadora pudiera
apuntar a una solución del conflicto. Suena bonito y para muchos podría ser
esperanzador. Nada más lejos de la verdad. Cabría preguntarse ¿Qué es lo que se
globaliza? Sería hermoso que se globalizara la igualdad, el intercambio
equitativo, las riquezas y las posibilidades de desarrollo. Es cierto que la
globalización ha sido importante en el terreno de las comunicaciones y, en
consecuencia, ciertos adelantos tecnológicos y del conocimiento que se ofrecen
a todo el mundo. Pero nada ha desaparecido del intercambio desigual entre los
hombres y las naciones; nada de distribuciones equitativas. Nada ha cortado la
brecha entre las regiones más pobres del planeta y las más ricas. Cada vez se
hacen más visibles. ¿Dónde está entonces la justicia que supone la
globalización? El 1% de los hombres de la Tierra poseen el 46% de las riquezas;
el 10% tiene en sus manos casi el 90%. Sin embargo, cuando los pueblos se
levantan contra esa globalización, se les ataca ferozmente a través de los
medios y se les llama despectivamente: globalifóbicos, hasta convertir el
término en sinónimo de “revoltoso, equivocado e ignorante”. Ocurre que la gente
ha podido identificar detrás de la globalización, su verdadero objetivo; el
dominio global, sencillamente. Para los grupos de poder que se mueven cada vez
más agresivamente hacia mecanismos que expediten una dominación total del
planeta, los asuntos de las multitudes no son más que pataleos de rebaño.
Esta realidad nos conduce cada vez a
puntos más peligrosos; la enajenación y el individualismo crecen por todas
partes. Las multitudes afectadas, olvidadas casi siempre, están siendo
conducidas a un cierto aislamiento que lleva, a su vez, al egoísmo y la
filosofía de “sálvese quien pueda” y a la pérdida galopante de valores.
Magnífico “terreno” para el cultivo de la enajenación y la dispersión, que son
fundamentales a los intereses de los
grupos de poder. El aislamiento implica también desideologización. Si
estrangulo la solidaridad e impongo el individualismo acabo con la identidad,
si liquido la identidad destruyo la cultura y en consecuencia la capacidad de
respuesta y defensa de lo propio, de los valores propiciatorios de los
intereses de la sociedad como colectivo actuante.
Nunca como hoy, ha sido tan visible el conflicto xenofóbico que se
extiende por todas partes. Nunca como ahora, el concepto de extranjero ha
tenido las implicaciones discriminatorias y de maltratos migratorios que caen
de forma descomunal sobre millones de personas en todo el mundo, pero lo más
triste y complejo del asunto consiste en que los propios desposeídos se apropian
de cierto sentimiento “proteccionista”, que naturalmente les son inculcados, y
que es igual a racismo, xenofobia y discriminación. Esas multitudes manipuladas
actúan contra los infelices que son empujados por las penurias a emigrar de sus tierras. Europa, agrupada ahora
en una unión (lo que parece ser favorable
e ineludible, es decir, el surgimiento de bloques económicos), no ha podido
hacer nada contra las desigualdades, las discriminaciones y la xenofobia, sobre
todo cuando se trata de las minorías que emigran de otros continentes. El
eurocentrismo conocido, tiene ahora la agravante de un racismo y una xenofobia inmisericordes.
No puede haber injusticia peor que la que padecen los pueblos africanos;
el oneroso saqueo histórico de sus riquezas y el abandono los conduce a dejar
sus comunidades empobrecidas para ir a echar suerte donde serán tratados como
apestados por casi todo el mundo. Sin embargo, si nos atenemos a las teorías
más aceptadas sobre el origen del hombre, tendríamos que aceptar que aquél es
realmente el viejo continente, pero eso no parece estar en la memoria de
muchos.
Convengamos entonces en que el concepto de extranjero; concepto que no
término, es profundamente detestable por lo que hay detrás. La “extranjería”
puede significar discriminación, humillación, persecución, intolerancia, abusos
de todo tipo, y una larga cadena se sufrimientos que conlleva cualquier intento
migratorio. Extranjero viene del latín extraneus, o del francés
estrangier o etranger, que en
cualquiera de los casos significa extraño, pero uno podría preguntarse si un
hombre puede serle extraño al otro, cualquiera que sea su ubicación geográfica,
porque un objeto puede ser extraño, mas no un hombre, salvo que venga de otro
planeta y tenga las virtudes de Polifemo. Hablo naturalmente de lo que debía
ser, cosa que está muy lejos de lo que en realidad se practica.
Filosóficamente visto, cualquier
emigrado podría preguntar: ¿quién y con qué derecho se me atribuye tal concepto
si vivo en un planeta que no por obra de la naturaleza surgió fragmentado? Un
extranjero es siempre un hombre discriminado, despojado de derechos
universales, como el de opinar, disentir y trasladarse libremente de un sitio a
otro. “Al país que fueres haz lo que vieres”, se le repite tendenciosamente al
extranjero, para que no se le olvide su condición.
(A favor de México hay que decir que cualquiera que sea el trato que
reciba un extranjero que emigra al país por parte de las autoridades, lo cierto
es que este pueblo, acostumbrado a la convivencia con ciudadanos venidos de cualquier
parte, carece del rechazo xenofóbico que
padecen otros).
Hay que destacar que el concepto de extranjero no está vinculado
directamente con lo social y lo cultural, sino con soberanías políticas, de ahí
que el establecimiento de naciones sea muy cuestionable y causa principal de
ese lamentable concepto que es el de EXTRANJERO. Los países que sufren una
poderosa xenofobia, casi siempre está alentada por el poder político, que consigue
que una especie de “proteccionismo” se
apodere de la conciencia colectiva. A la larga, estas circunstancias pueden
afectar a los propios países que la practican, porque, cuando menos, inhibe
que la fuerza laboral calificada que
busca mejores opciones, acuda a sitios donde no son tratados con cortesía.
Pero volviendo al punto de partida, si el término extranjero, como hemos
apuntado, no es ni social ni cultural, sino político, tenemos entonces que el
concepto al que el término apunta es en esencia políticamente inmoral. Hoy
millones de personas emigran de todos los confines de la tierra. Evidentemente
no abandonan sus comunidades por placer, ni por vocación turística, lo hacen
porque en sus “terruños”, entiéndase naciones o comunidades, los políticos no
han sido capaces de ofrecerles bienestar. Al menos una existencia segura y con
cierto grado de prosperidad. Se van sin ignorar que enfrentarán una vida
incierta, lo hacen desafiando represiones, persecuciones, racismos y
discriminaciones de todo tipo. Se alejan de los suyos y de las concreciones
culturales a las que pertenecen, con la esperanza, a veces elemental, de
sobrevivir.
Pero ¿quiénes son responsables de este flagelo que padece el planeta? Naturalmente
que los hombres del poder. Por un lado los políticos, que tradicionalmente procuran
beneficios personales y poco o nada hacen por sus pueblos. En una medida muy
alta los países subdesarrollados lo son por la complicidad de sus gobernantes
con las potencias imperiales. Han permitido el saqueo histórico, han hundido a
la población en la ignorancia, la pobreza y el olvido. Las potencias se han
aprovechado de tal subordinación y de esa ignorancia para convertir a los
países en surtidores de materias primas y mano de obra barata, cuando la han
requerido. Los países tercermundistas han sido víctimas del intercambio desigual.
Así ha sido el comportamiento histórico; les saquean y le roban buena parte de
la inteligencia. Es justo decir aquí, que hay cambios importantes en este
comportamiento, porque muchos gobiernos de este tercer mundo, ya no responden a
tal sumisión, han renunciado a esa regla de juego. Y las potencias han tenido
que modificar en, cierta forma, esas
prácticas viejas, también porque la mendicidad
de los países en cuestión no les sirve a su mercado, y tampoco les
resulta conveniente provocar levantamientos populares. Esto no quiere decir que
hayan abandonado la idea ni las acciones para seguir apretando “el cuello” de
las naciones en desarrollo. A todo esto se añaden los grupos de poder que
luchan por un dominio global del planeta, un planeta de hombres subordinados y
controlados, económica y tecnológicamente, desde esos centros invisibles, que
lo mueven y lo manipulan todo.
Dicho de otra manera, la política con su más sucio comportamiento y
alejada de lo que debía ser su papel de equilibrio y concertación, ha
propiciado esta migración alarmante, cada vez mayor y con mayores riesgos para
el individuo. Pero los políticos, en un grado muy alto, no vacilan en levantar
sus dedos para ordenar redadas, hacer deportaciones masivas y perseguir a
emigrados, que muchos de ellos, tal vez mayoría, viven en la ilegalidad que les
imponen.
Reitero
entonces que el concepto de extranjero, con todo lo que entraña, es una
desgracia que abate a millones de personas en
un planeta que tiene dueños, administradores y gendarmes por todas
partes. De esas desgracias nadie escapa, ni siquiera aquéllos que tienen el
aparente privilegio de emigrar y adquirir la nacionalidad del país a donde se
mueven. A veces la doble nacionalidad es su desgracia, porque en lugar de
disfrutar de dos nacionalidades se vuelve extranjero en el país de origen, sin
que en su nueva nación dejen de verlo como tal. De manera que la doble
nacionalidad puede convertirse en doble extranjería. Esto es como el juego del pollito y el gavilán: si
te quedas quieto de mueres te hambre o te pasan por encima; si te mueves, te
come el gavilán.
Pero definitivamente la humanidad no puede vivir de espaldas a este
problema sensible, por mucho que los responsables de este fenómeno se empeñen
en ocultarlo. No será posible sostener un asunto creciente e indetenible, por
cierto, mientras continúe esta ausencia de equidad existente en el planeta.
Para terminar voy a repetir algunas cifras antes apuntada, y aportar otras, que
explican, justifican y revelan las causas de lo que estamos hablando. El 1% de
la población del mundo es dueña del 46% de las riquezas, el 10% posee casi el
90 %. Según organizaciones internacionales que se ocupan de estos asuntos, en
el planeta hay actualmente 214 millones de migrados, que hacen un 3,1 % de la
población total. Quiere decir que por cada 33 habitantes de este planeta 1
emigra. Si reunimos los migrados en un
país, ocuparía el 5to. A nivel mundial en cuanto a densidad de población.
Hay algunas preguntas con las que quiero terminar este trabajo ¿Es
sostenible esta barbaridad? ¿La magnitud de esta migración deja o no claro que la desigualdad
es el peor de los problemas que abate al mundo? ¿Frente a este problema
provocado o inducido por los hombres que
ejercen el poder, de una u otra forma, es aceptable que la mayoría de los
migrados de la Tierra sean tratados con desprecio y abusos constantes? ¿ por
muy convencionalizado, acepto y casi ineludible que esté, el concepto y tratamiento
que implica el término EXTRANJERO es o
no una inmoralidad y una violación imperdonable a los derechos del hombre? Naciones
Unidas (ONU) debía responderse estas preguntas antes de iniciar cualquier
programa asistencial insuficiente y, sobre todo, antes de inmiscuirse en
conflictos internos de las naciones. El conflicto es mundial y no se resuelve
aplacando “escaramuzas” locales.
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