jueves, 27 de septiembre de 2012

LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y PODER: EL LABERINTO DE LOS ENGAÑOS Y LAS SIMULACIONES



Rafael Carralero


 La libertad de expresión es un derecho fundamental del hombre, o lo que es lo mismo, un derecho humano. La Revolución francesa de 1789 abrió las puertas para la reivindicación de  los derechos universales del ser humano. Ya era parte de la filosofía y el reclamo de los hombres de la ilustración, cuyo pensamiento tiene mucho que ver con aquella revolución. Pach, Montesquieu, Voltaire y Rouseau, entre otros filósofos y libres pensadores del siglo XVIII lucharon en defensa de esos derechos, que desde luego contemplaba el derecho al disenso, que ellos concibieron como la base propiciatoria y esencial para el desarrollo de las artes, la ciencia y el pensamiento social.
  A estas alturas sería una atrocidad no defender  ese derecho, que a demás de fundamental, pareciera ya irrenunciable. Sin embargo, pese a los avances obtenidos en esta materia, pese a las múltiples instituciones que a todos los niveles de la sociedad se han formado para defenderlos, las violaciones son constantes y en todas partes. No conozco el lugar del planeta donde, de alguna forma, no se violen los derechos del hombre. Claro que hay distancias astronómicas entre determinados países desarrollados, donde la sociedad civil tiene un grado alto de participación y de respuesta y otros donde esto no ocurre. Vale decir que sin una sociedad civil fuerte, educada en los valores que le son propios al hombre y con una capacidad de respuesta contundente esto es impensable. No hay  sociedad libre ni democrática donde no exista respeto a esos derechos inalienables, entre los cuales se destaca el de la libertad de expresión. Esa ausencia de libertad también se da en sociedades altamente desarrolladas.
  Por su naturaleza misma, poder y libertades parecieran antagónicas, pero cuando se trata de libertad de expresión entonces ese antagonismo se vuelve guerra irreconciliable, por muy sofisticadas y silenciosas que sean las armas con que se enfrentan.
 Claro que el poder hoy día tiene muchas caras e infinidad de formas. Cuando se habla de poder, las personas suelen pensar de inmediato en el poder político, pero ésta es sólo una forma, que cada vez se entrelaza con otras, y resulta difícil encontrar las diferencias o las fronteras que las separan o las distinguen. Si hablamos de poder político, entendido como la administración gubernamental a diferentes niveles, ya sabemos que nada les irrita tanto como la libre expresión, aunque las circunstancias de la sociedad moderna les conduzca a fingir, coquetear y aparentar indulgencia, tolerancia y flexibilidad, porque el discurso de la democracia se lo impone. Justamente la cuestión de la democracia entra aquí en esa tenebrosa telaraña que se tiende sobre la idea de libertad de expresión como derecho fundamental del hombre. Alrededor de estos conceptos hay un  espantoso laberinto de engaños, apariencias, simulaciones y perversidades.
  Nada les preocupa tanto a los políticos en posesión del poder como la libre expresión, es decir, el posible ojo crítico de quienes tienen posibilidad de amplificar de alguna manera sus criterios. Por eso es tan frecuente que los gobernantes tracen ciertas estrategias de “estira y encoge” en relación con comunicadores y medios, claro, los que no le son del todo propicios. Los que disienten. De manera que  con frecuencia se escuchan discursos políticos sobre estos tópicos que parecieran ser dichos por el más liberal de los enciclopedistas, pero nada hay de verdad en lo que dicen, nada que no sea retórica engañosa.
  Vale  aclarar desde ahora  que cuando hablamos de poder no nos estamos refiriendo únicamente al poder político y administrativos, el gran poder, el más peligroso y menos visible no está precisamente en la administración pública ni en las instituciones políticas, aunque frecuentemente se dan de narices con aquéllos; son cómplices de facto o aliados a distancia. El gran poder está en los centros financieros con sus maquinarias implacables y sus mecanismos de dominación, donde naturalmente, aunque pareciera contraproducente se encuentran los grandes y a veces no tan grandes, medios de comunicación. Aclaro que en estos casos el concepto de comunicación es erróneo, pero volveremos luego sobre este asunto. Desde esos grupos de poder, ocultos casi siempre, se maneja en buena medida el mundo. Se compran gobiernos, se determinan procesos electorales, se corrompen a funcionarios y autoridades del orden y la justicia.
  De manera que es imposible hablar de libertad de expresión verdadera en sociedades controladas por esos grupos que ambicionan controlar al mundo y donde encuentran, con singular fuerza  e importancia, los principales medios de comunicación. De la misma forma que he dicho que no se puede creer que el poder se concentra en los gobiernos y sus instituciones políticas y administrativas, afirmo que sí son parte del poder que se ejerce sobre la sociedad, con frecuencia devastador. Muchos, gobiernos, en cantidad abrumadora, mueven la maquinaria del poder en complicidad con esos grupos financieros; los monopolios y todo su engranaje avasallador. 
  Lo curioso es que desde el PODER, cualquiera que sea el matiz con que lo identifiquemos, se habla de la libertad de expresión y hasta  pretenden presentarse como líderes  que defienden ése  y otros derechos humanos. Espectacular cinismo.
  El asunto se vuelve más vergonzoso cuando uno ve a “comunicadores”, figuras que dominan de los principales espacios informativos, “líderes de opinión”, como suele llamárseles, protestando contra los intentos de acallar a los comunicadores. Claro que vale decir que muchos de  esos acallados, a veces desaparecidos, son integrantes de medios locales y con frecuencia personas honorables, y profesionales honestos.  Pero es una ironía que aquellos señores que no son otra cosa que portavoces de sus patrones, dígase de los principales grupos de poder, se quieran vender como los poseedores de la verdad y hasta se enojen cuando les dicen la verdad. Cuando a estos informadores se les señala por su tendenciosa conducta en defensa de los intereses de sus “pastores”,  asumen la crítica como un atentado contra la libertad de expresión. En estos casos parece funcionarles el camuflaje.
  Es pavoroso ver los programas donde ciertos grupos de “informadores” se reúnen bajo la tutela de esos intereses  monopólicos para erigirse jueces implacables; todos coinciden en esencia, aunque no siempre lo parezca. Satanizan toda expresión popular y a cualquier liderazgo real; toda acción de la izquierda y sus acciones son “indignas manifestaciones populacheras, autoritarias y carentes de inteligencia”, cuando menos, sospechosamente dictatoriales. Sólo desde el sacrosanto poder  se expresa la “inteligencia, la verdad y la razón”. Las informaciones que ofrecen sobre las acciones y actitudes que representan a los “jodidos” de la tierra  se ironizan o se matizan para dar la idea de barbarie. Ellos y sus patrones son los hombres civilizados que si saben dónde está la verdad absoluta. Unos hablan con magisterial seguridad, otros desbordan sus cualidades de bufón.
  No sienten vergüenza por su parcialización descarada, por sus intenciones manipuladoras. No les importa estafar a millones de analfabetos reales o funcionales. Tampoco les apena ignorar que frente a la pantalla hay personas inteligentes,  seres pensantes que sin  mucho esfuerzo pueden apreciar la perversidad que se esconde detrás de su “libertad de expresión”.  Creo que un comunicador (vuelvo a señalar que una cosa es comunicar y otra dar noticias o informar sobre acontecimientos), los hombres de la prensa tienen derecho a simpatizar o situarse ideológicamente en la postura que le convenga, incluso expresarla, pero lo que sí parece miserable es que se proclamen informadores limpios, transparentes, sin otro compromiso que el de informar cuando en realidad son verdugos de las tendencias que les son adversas a ellos y a sus patrones. “Yo soy periodista”, esa frase que escucho con frecuencia les parece ellos libre absolución para mentir, manipular y desacreditar.  
 Las multitudes de desamparados  no tiene a su disposición los medios para expresarse, muchas veces tampoco tienen la cultura necesaria para discernir, pero cuando se expresan públicamente, cuando hacen marchas y protestan, suelen ser calificados negativamente, por lo regular son “vándalos”, que responden a las acciones “bárbaras” de los líderes de la izquierda. Entonces ¿dónde está la libertad de expresión que dicen defender los señores de las manipulaciones informativas? ¿El derecho a expresarse es aquél que se da a través de los medios y a través de sus “líderes” de opinión? 
   Es admirable aquel que defiende sus ideas sin tapujos, tenga o no la rezón histórica es respetable cuando la expresa libre y  honestamente; despreciable el que se vale del poder mediático para manipular y mentir. Sin embargo, vivimos los tiempos de las grandes mentiras, manipulaciones, simulaciones y abusos informativos. Los grandes medios de información son cómplices del olvido y la ignorancia.
  Tan vapuleado como el concepto de libertad de expresión, que más que concepto es un derecho natural del hombre, es el de democracia. Estos “paladines” de lo primero son también los de la democracia. Ambos fenómenos están emparentados en su esencia misma. Pero ni uno ni otro son respetados por ellos, salvo cuando les conviene, cuando resultan necesarios para darle coherencia a sus estrategias manipuladoras. A los millones de analfabetos nadie les ha explicado qué cosa es la democracia, la palabra misma le es tan extraña y distante como si le hablasen de las galaxias. Pero los políticos y los  (des)informadores hablan divinamente de la democracia ignorando a esos millones que ni siquiera saben qué significa el término. Hasta se atreven  a creer o hacer creer que existe democracia en países como el nuestro donde más de un tercio de la población no puede discernir entre el mal y el bien, entre lo conveniente y lo inconveniente. No se ha conocido procedimiento político alguno que supere a la democracia, en eso coincidimos con Winston Churchill, pero no existe tal cuando  el precio y aprecio de un voto puede ser un paquete de frijoles y medio kilogramo de aceite. Jugar con el hambre de la gente no puede tener que ver con la democracia ni con la dignidad humana. Cabe preguntarse nuevamente: ¿de qué libertad de expresión y de qué democracia estamos hablando? ¿Las que le sirven a unos y manipulan a los otros?
  Es “divino” ver como muchos de esos conductores de programas, a  los que nos hemos venido refiriendo, cuando tienen que informar sobre cualquier acción de la izquierda llenan sus rostros de gestos despectivos; sus palabras escupen ironía y los comentarios suelen ser escandalosamente tendenciosos,  pero no se los diga, porque hierve la soberbia y, a ratos, truenan las descalificaciones.  Parecen ignorar, ignoran de hecho, que dentro de los males de la política, que son casi todos, sólo la izquierda, con sus defectos y desórdenes posibles, piensan en los desposeídos y conquistan para ellos cierto alivio social. No hablamos de todos los que militan o lideréan la izquierda, nos referimos a la izquierda como tendencia, como filosofía política. No se trata de justificar las barbaridades cometidas por oportunistas salidos de sus filas, ni los extremismos que han ensuciado la historia. De lo que hablamos es de la filosofía y de muchas de las grandes acciones de la izquierda que  han costado sangre, desapariciones, persecuciones de todo tipo e ingratitud de algunos que todavía se autodefinen como progresistas. La izquierda ha evitado, en diferentes momentos que la reacción aniquile algunas de las más grandes conquistas del hombre. Ha conseguido libertades indispensables y se ha enfrentado a las tendencias más conservadoras y retardatarias de la sociedad ¿Por qué se intenta ignorar y borrar de la memoria esta verdad?    
  No existe ni ha existido izquierda pura, casi siempre cuando han llegado al poder se  han llenado de errores, violaciones y apoderamientos inadecuados, a veces perversos. Pero sigue siendo la opción única para los que nada tienen. El problema consiste en que la izquierda, globalmente visto, supere sus limitaciones y adquiera la capacidad de gobernar sin  parecerse a la derecha, porque cabría preguntarles a esos que escupen hasta la palabra izquierda: ¿Cuándo la derecha se ha ocupado de los olvidados de la tierra? Hay hombres que militando en la derecha han hecho aportes progresistas, eso nadie puede negarlo, pero como filosofía y como acción cotidiana, la derecha se inclina hacia la parte  más oscura, conservadora y privilegiada de la sociedad. Les preocupan y los seducen los monopolios, las grandes empresas, nunca los trabajadores que hacen posible lo que aquéllos producen. Para esa derecha que está dentro, y detrás de los grupos de poder, el hombre común vale por lo que consume y produce. Los atendibles, los que son tomados en cuenta, son los que poseen el capital, que los incluye en cierta escala de poder. La derecha suele legislar, diseñar y dirigir proyectos que siempre afectan a los de abajo y benefician a los que más tienen, sobre todo a los que lo tienen todo. ¿Será muy difícil comprobar esa realidad? Véase nada más la reforma laboral que la derecha mexicana ha presentado al congreso.
  Es cierto que la izquierda que con la Revolución de Octubre en 1917 se convirtió en la esperanza de las grandes multitudes de trabajadores, pero sufrió su primer golpe contundente, irreparable, con el arribo de Stalin al poder soviético. El resultado fue la decepción y el agravio a millones de personas que en todo el planeta habían alimentado la esperanza de  reivindicaciones, igualdad y respeto a esos derechos que son propios de la condición humana. El estalinismo los violó, torció el rumbo de una revolución que triunfó con el apoyo  de los proletarios. Todo hombre progresista del planeta fijó su atención en  aquel acontecimiento, que la intolerancia y las ambiciones de poder lanzaron al abismo. Desgracia que los adversarios, situados en la otra “esquina” de la filosofía de la historia, es decir, la derecha aprovechó para tratar de afianzarse como los salvadores; se izaron, como nunca antes, las banderas de los monopolios y el mercado desenfrenado. El Neoliberalismo surgió como la opción contraria y poderosa que habría de descentralizar  la economía, empequeñecer a los gobiernos y darle rienda sueltas a la empresa. Lo que en realidad ocurrió fue el debilitamiento o desaparición de los programas sociales y la consolidación de los grande monopolios. Sus consecuencias inmediatas fueron el olvido de los desposeídos de siempre y el crecimiento paulatino de la miseria.  
 Los horrores cometidos por la derecha en todos los rincones de la tierra durante siglos se han olvidado, aunque sigan ocurriendo cada minuto. Los miles de muertos que llenaron las calles de nuestra América, los desaparecidos y secuestrados desde las instituciones militares en que se apoyó  la derecha en la región parecen no haber existido. Pero no se olvidan los fracasos y errores de la izquierda. Esos son eternos, perduran en la memoria, aunque las masacres protagonizadas por la derecha sólo se recuerdan como momentos superados, como si en estos tiempos que vivimos no se estuvieran cometiendo todo tipo de abusos y una ofensiva imparable de la derecha dirigida globalmente por los inescrupulosos grupos de poder. Los proyectos de izquierda y sus líderes  son atacados sin misericordia por la mayoría de los grandes medios de comunicación (información) y se lanzan como buitres para satanizarlos. Incluso medios tan prestigiosos como CNN, que ejerce sin dudas un liderazgo informativo en el mundo, no dejan de buscarles las “esquinas” feas, las fallas posibles o inventadas para desprestigiar a líderes de la izquierda. Es aterrador el andamiaje publicitario que se ha echado a andar contra los líderes progresista de la región, uno de esos casos es Rafael Correa, presidente de Ecuador. Como si ignoraran lo que ese gobierno ha hecho por los desposeídos, por la mayoría indígena y mestiza, cuya pobreza histórica es   perfectamente conocida. La tierra de los “Huasipungos”  ha sido una de las más flageladas del continente, pero para CNN y otros monopolios de la información, el asunto consiste en descalificar al presidente porque tuvo los pantalones de enfrentar al monopolio de la infamia y la desinformación en su país. ¿Dónde está entonces el límite entre libertad de expresión y la libertad de actuar en defensa de los derechos que reclaman los “jodidos” de la tierra? Violaciones atroces cometía diariamente en Ecuador la oligarquía nacional que era ínfima minoría, penetrada y manipulada desde el exterior. Asombra e indigna ver como ciertos conductores de programas informativos de CNN se esmeran en las entrevistas con los adversarios del presidente constitucional de Ecuador, los buscan afanosamente y les ayudan a construir el discurso conveniente. Sin negar los posibles errores cometidos por el gobierno de aquel país ¿por qué ignoran los cambios producidos a favor de las multitudes? Quieren  ignorar que cualquier error cometido es insignificante frente a los oprobios  que protagonizaron durante casi doscientos años los que gobernaron  Ecuador.
  Acá, en casa ¿de qué libertades podemos hablar en un país donde una docena de individuos poseen más riquezas que todo el patrimonio de cincuenta millones de personas? Pero eso no es lo que dicen los líderes de opinión. No, ellos califican de vandalismo las acciones de cansancio y reclamo de los marginados de siempre. Son autoritarios, equivocados  y provocadores los que lideréan a esas multitudes que no tienen otro forma de defender sus libertades de expresión que no sean las calles y las plazas. Son criminales porque sufren y se inconforman porque la tortilla, la que es alimento único o casi único de millones, ha subido a precios nunca antes sospechado, porque el huevo se vuelve artículo de lujo, “gracias a las indolentes gallinas que ahora les ha dado por enfermarse de gripe”.  
 Los que defienden a los desposeídos son populistas, arrogantes, autoritarios y ambiciosos de poder ¿Así se ejerce la libertad de expresión? No voy a repetir que la izquierda está llena de errores, que se dejaron atrapar por los vicios del poder, que no fueron capaces de evadir las tentaciones del acomodamiento y la demagogia, pero ni son todos, ni es la filosofía que define tal posición política. Es cierto que el derrumbe del socialismo en Europa del Este los lleno de incertidumbre y muchos corrieron a parapetarse en las “bondades” de las empresas, muchas de aquéllas, transnacionales. Otros se volvieron detractores de lo que habían defendido.
  El socialismo, que hoy nombramos como socialismo real y que sus adversarios identificaron con el comunismo, sucumbió en su propia “salsa” con la ayuda “desinteresada” de la derecha mundial. Ese socialismo real que ahora se pretende recordar como un fósil de la historia, tuvo como guía una filosofía de igualdad, entendida como igualdad de derechos y deberes sociales, que aunque se cuestione y se intente enterrar,  es en realidad la filosofía del progreso, de los hombres que buscan una sociedad más justa , y en su práctica tuvo aciertos que son incuestionables, pero tuvo también como su peor enemigo el intentar edificar una sociedad, que en lugar de igualdad impuso el igualitarismo y un totalitarismo, que en lugar  de encontrar  caminos nuevos en los procesos productivos, creó una burocracia controladora, acomodaticia y, en consecuencia se volvió ineficaz y con frecuencia corrupta.  
  El socialismo real hizo desaparecer la libertad de expresión entre otras libertades indispensables, por eso he dicho que se ahogó en su propia “salsa”. Sus defectos y las limitantes que le impuso al individuo se convirtieron en bandeja de plana para que el neoliberalismo, que tiene detrás a los grupos de poder más voraces, se sirviera de la forma  más expedita en su campaña de desprestigio y construyeran su propia muralla ofensiva y defensiva contra todo intento de la izquierda para recomponerse. Los rasgos de autoritarismo, totalitarismo y freno a ciertos derechos humanos del socialismo real, le sirvieron también para presentarse como los salvadores de las libertades y de la democracia. Pero cada vez demuestran que son en su esencia contrarios a la igualdad, la equidad y las libertades esenciales. Los grandes medios de comunicación son el arma perfecta para fabricar la imagen que desean, aunque estén cada día más distantes de lo que postulan.
  El caso es que, los jodidos de la tierra no entienden mucho de libertades de expresión ni democracia, como he dicho con anterioridad; tienen que poner su atención en la agónica tarea de sobrevivir, pero son constantemente manipulados por los medios, en particular los grandes medios de información, para quienes las reivindicaciones  en lugar de metas a conquistar son “peligros”. Los llamados líderes de opinión, en su mayoría, se vuelven grandes defraudadores de la verdad y la dignidad de las mayorías. Agreden con sus acciones al profesionalismo que debe caracterizar a un verdadero profesional de la comunicación. Por cierto que con frecuencia se autodefinen como comunicadores, aunque con ellos falten a la verdad y a la definición conceptual del término.
  Si nos atenemos a la teoría de la comunicación para que exista tal ha de haber un emisor, un receptor y un mensaje, para cuya concreción debe contar con un código común, es decir, un código o códigos que puedan compartir el emisor y el receptor. Ocurre que por lo regular se piensa que ese código requerido, en el caso que estamos hablando, es sólo el del lenguaje en que se transmite, pero tal cosa no es suficiente, para que se complete la acción comunicativa. Se requiere de un código cultural compartido que presupone igualdad de condiciones para emitir y recibir. Eso pocas veces ocurre cuando se trata de mensajes transmitidos a través de los medios de comunicación, porque regularmente, sobre todo cuando se trata de los grandes difusores, parten de una cultura de masa, que significa cultura de dominación; ajena en principio a los intereses de la mayoría y distante de la cultura popular, entendida ésta en su mejor sentido, la que es portadora de la creación, la imaginación y los valores que comportan tradiciones y raíces culturales más profundas. En consecuencia, aunque se comparta el lenguaje en que es transmitido el mensaje, sucede que los códigos culturales resultan adversos.
 Aunque parezca paradójico, la cultura de masa es fabricada, producida, por una élite minoritaria que cuenta con los medios que amplifican sus mensajes, sus ideas y su visión del mundo, sin misericordia y mediante un número determinado de “informadores” que son adiestrados para repetir lo que les resulta conveniente. Es una cultura, una información que carece de interacción. La pregunta entonces es ¿puede haber aquí libertad de expresión y equidad comunicativa? ¿Eso es comunicación? No, lo contrario es una farsa.   
   

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