JOEL JAMES: DE LA ACCIÓN AL PENSAMIENTO ABSTRACTO
Rafael
Carralero
…Hay muertos más recientes, lo repito
muertos que nos dejaron
definitivamente huérfanos.
Pienso en Joel, en su ternura brusca,
en su cortante lucidez, en su
diálogo intacto con los loa
buscando una explicación para sí mismo,
para nosotros, para la isla
entrañable que nos duele…
Waldo Leyva
A modo
de introducción.
Los hombres que no permiten silencio
ni olvido son aquéllos que dejan una huella profunda en quienes le amaron, e
incluso en quienes pudieron conocerlos a distancia. Es el caso de Joel James
Figarola. Por eso cuando se cumplen los setenta años de su nacimiento es casi
un imperativo valorar el alcance de su figura. Sutil, tierno, brutal a veces;
fraterno siempre, amigo y proverbialmente inteligente, este hombre que nació en
Guanabacoa y fue trasladado en su niñez a Banes, pequeña ciudad al norte de la
región oriental de Cuba, de ancestros norteamericanos por vía paterna, miope
por designios de la naturaleza, conspirador nato y santiaguero por adopción, ha
dejado una ausencia cara para la cultura cubana. Por todo cuanto
de cerca le conocí, tengo el deber de hacer algunas consideraciones al
respecto.
Sería una pena que el tiempo vaya distanciando
el recuerdo y, sobre todo, el sentido y la trascendencia de la obra y el
pensamiento de Joel. Nunca como ahora, Cuba, la cultura cubana, y el empeño
transformador de la sociedad, requieren una valoración profunda de lo que significa esta figura.
Diversa como su obra fue su personalidad; un hombre en lucha permanente
contra prejuicios y dogmas. Un revolucionario en todos los planos, que tuvo que
luchar también contra sus posibles debilidades y contra el cansancio que le
producían los esquematismos, extremismos y abulia presente en la sociedad
cubana. El dolor y la incertidumbre no estuvieron ausentes en la vida de Joel
James, la duda y las convicciones fueron parte de su guerra interior. El
espíritu crítico y la lealtad también operaron en él como factor lacerante,
pero se impuso siempre con un singular sentido del deber histórico. Como todo
hombre de pensamiento no dejó de ser presa de contradicciones y paradojas, a
las que tuvo que escapar, si es que escapó, echando mano a su conocimiento de
la historia y su ideario transformador. La fe, en el más amplio sentido de la
palabra, tuvo el apoyo de su enorme inteligencia, de allí sacó fuerzas para
edificar una obra que es y será patrimonio fundamental de la cultura cubana.
Como dice Waldo en los versos hermosos y certeros que cito al comienzo,
Joel James vivió “buscando una explicación para sí mismo, para nosotros, para
la isla entrañable que nos duele” y es un muerto que nos dejó definitivamente
huérfanos.
I.-El historiador
La búsqueda constante de los
acontecimientos, en particular de los hilos históricos que expresan la
continuidad de un ideario cubano que definen su naturaleza como comunidad, como
cultura, en sus conquistas soberanas y sus empeños libertarios, son rasgos
esenciales de la obra historiográfica de
este hombre que no se conformó con develar fenómenos concretos y conceptuales
de la sociedad cubana, sino que se insertó como protagonista en esa búsqueda
transformadora. De manera que no es un historiador común, de los que contemplan
y estudian el acontecer a distancia; hurgó en el pasado en un empeño casi obsesivo para encontrar
aquellos elementos que explicaran y sirvieran de apoyo al presente, a un
presente en el que, con su acción, también era él parte de la historia.
Desde La república dividida contra sí misma, pasando por sus
observaciones al diario de campaña de José Martí, o Martí en su dimensión única, hasta Vergüenza contra dinero;
ensayo, este último, en el que penetra en los conflictos e
imperfecciones del socialismo y de la revolución que lo instauró, uno puede ver
la coherencia de un pensamiento que
trata de encontrar y mostrar la existencia de un ideario cubano que
define el espíritu de la nacionalidad, las esencias de la cultura cubana y las
determinaciones que vinculan al hombre común con ese pensamiento de vanguardia,
que tuvo como máximo exponente a José Martí.
Es importante destacar que ese análisis fue siempre crítico, nunca se
acomodó al dogma ni le rindió homenaje a las consignas que intentaron reducir o
sintetizar la historia a tales o cuales hechos o definiciones pretendidamente concluyentes
o totalizadoras. Mientras que con sus actos cotidianos hacía historia, Joel hizo
resistencia a todo intento simplificador, que pudiese buscar justificaciones en
hechos coyunturales o interpretar el proceso de continuidad a partir de propuestas
estatistas.
Como he dicho alguna vez, este
hombre que fue un revolucionario genuino, no se acomodó a la idea de que
alguien hiciera o pensara por él. Actuó bajo la convicción de que la aceptación
del discurso político sin la reflexión crítica era pereza intelectual y podía
convertirse en el peor enemigo de los cambios y transformaciones que necesita
el proceso cubano.
En Vergüenza contra dinero,
Joel puntualiza críticamente los aspectos negativos que se fueron imponiendo
como tendencia; los critica y los señala desde la posición de un
revolucionario, desde el dolor que alguna vez me confesó, lo ponía
en riesgo de ser mal interpretado,
pero lo hizo sin temores, sin prejuicios y con toda la intención de ofrecer una
lectura objetiva y revolucionaria de lo que estaba ocurriendo. Sabía que lo
peor podía verse conceptualmente en la afirmación de un discurso que pretendía
darle respuesta a las exigencias de cambios diciendo que los cambios necesarios
se habían hecho en 1959. Nada más nefasto, irreal y contrario a lo
auténticamente revolucionario, pues la dialéctica de un pensamiento progresista,
genuino, indica que los cambios hay que hacerlos constantemente, diariamente,
toda la vida.
Como muchos de su generación, Joel sintió el efecto del cansancio y
vivió la contradicción de su enorme adhesión y lealtad al proceso
revolucionario, por un lado, y la decepción por otro. Durante muchos años buscó
compensación en acciones que, aunque de alto vuelo, pudieron ser ignoradas por
muchos. Desde la Casa del Caribe, que fue su trinchera muchos años, desplegó la
titánica tarea de aglutinar, rescatar, salvaguardar y desarrollar las culturas
populares, asunto al que hemos de regresar más adelante.
Vuelvo al análisis histórico. La obra historiográfica y la ensayística
en general de Joel están encaminadas a destacar la altura, la pertinencia y
actualidad del pensamiento martiano. Profundizar en ese ideario, el de Martí,
que fue síntesis de lo mejor ocurrido hasta entonces, y al mismo tiempo
propuesta renovadora que impone una actualización permanente a partir de
nuestras propias raíces, nuestro carácter y nuestras herencias culturales, era
para él un imperativo. No negaba ningún vínculo ancestral, ninguna influencia
posible venida de ideas avanzadas, porque la universalidad de su pensamiento no
le permitía rechazo simplista, pero estaba seguro de que la fuente primigenia e
imprescindible era ese pensamiento, cuyas propuestas sociales, en el entendido
incluso de una república abarcadora e incluyente y de progreso para todos, eran
el camino inmediato e insoslayable.
En un texto que podría considerarse de “inmediatez“, un llamado de
urgencia, como Vergüenza contra dinero,
se aprecia, entre otras cosas, el reclamo de una vuelta atrás, pero evolutiva,
aunque parezca lo contrario; vuelta al origen, al de la Revolución, que implica
una vuelta al pensamiento independentista del siglo XIX, en particular, al pensamiento martiano y a su
proyecto de república. Dicho de otra manera, esa vuelta atrás no es tal, es
simplemente una propuesta restauradora. En algún momento de este ensayo,
refiriéndose al proyecto socialista, afirma que el riesgo no está en el hecho
de que haya capitalistas en Cuba, eso podría verse como fenómeno inevitable y
hasta beneficioso, si partimos del
criterio de una país con todos y para el bien de todos. Especialmente si
atendemos al hecho de que el criterio de igualdad había devenido en odioso igualitarismo, tan perjudicial como
las grandes inequidades que genera el capitalismo salvaje. Dice entonces que el
riesgo no consiste en que existan esos capitalistas, sino en que coincidan con
los políticos, es decir, que los políticos y sus familias sean los propios
capitalistas. (Vergüenza… pág. 37 de la edición mexicana). Se desprende de esta
afirmación o reclamo la necesidad de conservar la transparencia de la clase
política, es decir, que el servidor público no se contamine con los factores
que puedan conducirlo a la corrupción y el alejamiento de sus legítimas
obligaciones. También aquí encontramos un acercamiento al pensamiento martiano.
Sería lamentable que los servidores públicos se volvieran capitalistas,
burgueses; en el caso específico de Cuba, eso sería equivalente a lo que ocurre
con frecuencia en el concierto de nuestras naciones donde el servicio público
es negocio en sí.
Extraña y reclama Joel en este ensayo la desaparición o debilitamiento
paulatino del sentido solidario que se impuso con el triunfo revolucionario,
que de alguna manera es una característica inherentes de la cubanidad, pero con
la Revolución se elevó a un grado muy alto. Quienes hagan una lectura simplista
de esta observación podrían ver dogma o esquematismo, pero lejos de eso,
quienes le conocimos de cerca sabemos que, al menos en términos políticos, este
hombre huyó siempre de todo cuanto pareciera dogmático. A mi entender ese
espíritu solidario se convirtió en verdadera hazaña, que hubiese sido colosal
de no haber aparecido el elemento discriminatorio y divisionista por razones de
ideología. De manera que ni contradictorio ni stalinista ni dogmático como
querrían ver desde otros posiciones conceptuales; hubo un aviso al hecho de que
se estuviera deteriorando el principio de solidaridad, que probablemente es
definitorio de un proceso revolucionario.
Afirmo entonces que la visión de Joel James
como historiador y como ensayista, probablemente como etnólogo y como narrador,
se diferencia o se singulariza en el hecho de que su pensamiento está vinculado
con la acción. Ubicado siempre como un ente participante, activo en la
transformación de la sociedad hacia niveles más altos de desarrollo de la
condición humana. Buscó esos puntos referenciales que a lo largo de la
historia, desde los días del dominio colonial, iluminaron el camino hacia una
cultura y una soberanía dignificante, capaz de enaltecer la condición del Ser
cubano. Estamos hablando entonces de un pensamiento que está más allá de una
vocación historiográfica, hablamos de un filósofo, que quiso encontrar los
puntos comunicantes entre la praxis social y las definiciones teóricas y
categoriales que les determinan. Aún más, una mirada profunda a sus textos
ensayísticos, e incluso a su narrativa, y encontraremos acercamientos a los
asuntos primigenios de la filosofía universalmente vistos, como son aquéllos
que se relacionan con el ser y la conciencia, con lo existencial, lo
registrable y lo intuido o lo no perceptible a través de los sentidos. A esto
dedicaré el próximo capítulo.
II.- El filósofo
Quien conoció a Joel cercanamente
puede dar fe de su vocación y su autoformación filosófica; el pensamiento
abstracto lo atrajo y fue siempre componente de su discurso en todos los
ángulos del ejerció intelectual. Hasta en su habitual costumbre de hacer bromas
complejas a sus allegados solía darle cause a esa vocación, que indudablemente
era parte esencial de su estructura de pensamiento. En la ensayística que acabo
de referir está presente esa conceptualización de profunda raigambre
filosófica, que solía aplicar aún cuando de describir fenómenos se tratase.
Cuando Joel se acerca al pensamiento martiano lo hace con la visión del
filósofo; busca más allá de lo que para un lector común podría estar en el
plano de explícito; hurga en lo sugerido y tal vez lo aspirado por Martí y, por
tanto, no bien comprendido por aquellos que se ajustan el texto literalmente
visto. Léanse con detenimiento sus observaciones al diario de campaña, por sólo
poner un ejemplo incuestionable, pensemos en Martí en su dimensión única. Si revisamos las incontables citas
martianas en las que apoya buena parte de sus trabajos teóricos, veremos cómo,
de igual manera, intenta encontrar lo que hay de filosofía o de trascendencia
conceptual en el ideario del héroe nacional. Probablemente allí podemos
encontrar lo esencial del pensamiento de
Joel en lo referente a la nacionalidad y la soberanía. Claro que no suele hacer
grandes distinciones entre nación y nacionalidad, tal vez porque por sus
características de isla, Cuba, sin mucha diversidad poblacional, puede que existan
coincidencias especiales entre ambas cosas, aun cuando son términos diferentes.
Sin embargo, aunque parezca distante esta conceptualización que parte de
la obra martiana, está perfectamente relacionada con otro aspecto fundamental
de sus estudios, es decir, con ese acercamiento filosófico, que también fue,
desde luego etnográfico, a la raíz negra de la cultura cubana. Quiero pensar
que no existe en Cuba una aproximación filosófica al mundo de los sistemas
mágico religiosos como la alcanzada por
él. Podría alguien preguntarse dónde está el vínculo de esta arista con lo que
entendió del pensamiento martiano; para no ir más lejos, antes de entrar en
esta última parte, me atrevo a afirmar que la relación es enorme si de búsqueda
de la identidad y la soberanía se trata.
Joel no fue un simple estudioso u observador de las culturas africanas
en su inserción o en la configuración más amplia de la cultura cubana, no
realizó estudios de exploración a distancia, no a partir de referencias
bibliográficas, aunque éstas estuviesen incluidas; su acercamiento fue natural,
se metió dentro, convivió y se dispuso a descifrar la cosmovisión de aquéllas,
a partir de una entrega sensorial y perceptiva de la naturaleza de los sistemas
mágico-religiosos. No parece haber otro modo de penetrar lo que hay de
filosofía en estas expresiones de la cultura o culturas en sí mismas, sin esa
adhesión, sin esa entrega, que no sólo exige curiosidad, sabiduría y pericia
intelectual; necesita inserción desde los más diversos y profundos ángulos de
la convivencia y participación de ese universo de creencias, abstracciones,
entrega y fe.
En estos días he podido leer una breve entrevista que le hicieron a
María Nelsa Trincado poco antes de morir. Dice ella que Joel “no creía ni en su
madre”, que era un escéptico. Se refería María Nelsa, sin lugar a dudas, a
corrientes de pensamiento, escuelas y presupuestos filosóficos establecidos,
porque en el orden de aquello que tiene que ver con un posible universo
extrasensorial, Joel nunca fue un escéptico. No dudo que en su vida cotidiana
quisiera aparentar escepticismo, que en cierto sentido, o en cierta definición
del término era, porque su formación científica lo inducía a la duda, pero fue
siempre un hombre de fe, la necesitó como al aire que llevaba a sus pulmones.
Justamente ese acto de fe le permitió penetrar el complejo mundo de esos
sistemas de origen africano y no quedarse en las dimensiones de sus
estructuras, sus mitos y sus rituales, sino en aquellas magnitudes que los
explican desde el ángulo de su filosofía. Ángulo que probablemente no está al
alcance de la mayoría de sus practicantes.
Quienes hayan leído los trabajos de Joel sobre estas etnias, salidos
casi siempre de su convivencia con las comunidades que conservan con más
“pureza” los fundamentos ancestrales de sus culturas, traídas a esta región del
mundo por sus antepasados a bordo de los
barcos trateros, pueden dar fe de la profundidad de ese análisis, que lejos de
la descripción, busca l esencial del comportamiento y las peculiaridades
filosóficas que les caracterizan. La
Gran Nganga, por ejemplo, es un ensayo ilustrativo de lo que acabamos de
afirmar. El autor logra penetrar las más complejas abstracciones existenciales
y dimensionales que rigen o que son fundamento de la cosmovisión del grupo de
los paleros (regla conga).
Se trata de un insuperable análisis de la filosofía que entraña este
sistema mágico-religioso. Hay sin dudas una develación de las características
míticas de los paleros, sus reglas y estructuras, pero se destacan los
presupuestos filosóficos que definen las dimensiones del bien y el mal en sus
relaciones dialécticas, la vida y la muerte, el vínculo interminable entre
pasado presente, en el entendido de que el pasado puede ser también presente, a
partir de una presencia inextinguible que se transmite y se eterniza. El
vínculo incestuoso que tiene una naturaleza religiosa, desde donde puede
proceder la dimensión diabólica (el mal) tiene un alcance muy alto en esa
cosmogonía, según se aprecia en este texto de Joel James.
Volviendo al punto en que hemos
referido esa interrelación dialéctica entre la vida y la muerte, puedo entender
que hay entre los paleros magnitudes peculiares que definen esa relación, que
de alguna manera está presente casi en todas las culturas ancestrales, sólo que
aquí la relación de los vivos con los muertos parece estar predestinada a un vínculo
orgánico y complementario, como tal vez no ocurra en otras magnitudes míticas
conocidas.
Me he detenido en este punto, porque Joel pareciera haberle prestado
especial atención a este punto crucial de la cosmogonía palera, que con matices
más o menos cercana, se expresa en otros de los sistemas mágico-religiosos
presentes en Cuba. Este asunto de la
vida y la muerte, que ha estado presente en todas las civilizaciones, todas las
culturas y todos los individuos, en el
entendido de que la muerte parece ser la gran alienación común, en cada
concreción humana, por llamarle de este modo, parece tener un sentido
particular y en consecuencia diferente y, aparentemente nuevo.
Joel estuvo, si no toda la vida, buena parte de ella, obsesionado por la
muerte. Nunca le temió a la suya, lo muestra el fin prematuro al que pareció
dirigirse, tal vez inconscientemente. Cabría preguntare ¿Por qué un hombre que vivió con intensidad y que de
forma diversa le cantó a la vida, de pronto la viera con cierto desprecio?
Puede que no la buscara conscientemente, ya he dicho, pero no quiso o no pudo
evitarla. Se desprende de aquí el alto grado de tristeza, decepción y
desesperanza que se fue apoderando de él. Lo que no deja dudas es que le
aterraba la ausencia posible de los seres queridos; no se sintió nunca
preparado para esas partidas, que entre otras cosas, devela un lacerante
sentido de soledad que siempre lo acompañó. De manera que la muerte del otro
era, al mismo tiempo, un espacio vacío que hería y acentuaba esa sensación de
soledad, a la que temió y su sufrió. Tal vez esto explica, y con amplitud, el
hecho de que siempre estuviese buscando compañía.
Se empeñó en penetrar esas cosmogonías en su definición del paso de la
vida a la muerte, porque lo inquietaba particularmente el posible sitio y
circunstancia, que pueden estar del otro lado de lo existencialmente
registrable por los mortales; en lo que podría significar una posible continuidad
más allá de lo sensorial y lo asequible. Durante muchos años Joel se sintió acompañado por los muertos y
esa sensación que arrastraba como un martirio lo llevó también a buscar su
naturaleza o explicaciones extrasensoriales. Queda claro entonces que, aunque
era un hombre eternamente impulsado por su insaciable necesidad de conocimiento,
había, además, en él, la urgencia de
encontrar una verdad, otra verdad, que podía estar en diferentes dimensiones
entendidas como ocultas.
Este acercamiento a lo
desconocido, sin despojarse de la visión científica, tenía un plano extra, un
camino más o menos íntimo, personalísimo, en el que buscaba respuestas a sus
intuiciones, sus hallazgos y sus necesidades existenciales. Lo que afirmo no
parte sólo de mis conversaciones sostenidas con él durante años, se puede
percibir con claridad en esta obra de
años dedicada al fenómeno afro en la cultura cubana, aunque la trasciende; la
encontramos en buena parte de su narrativa, donde no sólo aparece con
frecuencia la muerte y sus misterios, también vemos un modo peculiar de enfocar
filosóficamente ese mundo tan inasible como mágico e infinito. Su novela Semejante al amor, es la mejor
confirmación de lo que digo. El propio título entraña ya este criterio, porque
semejante al amor es la muerte. Su personaje muere con una sonrisa semejante a
la muerte, pero en el tratamiento literario esa muerte es, pero al mismo tiempo
no lo es; se repite y vuelve en el tiempo al origen, porque el tiempo, esa
categoría contradictoria o inexacta a veces para el hombre, es también
preocupación para Joel. Ese tiempo que por un lado es infinito y por otro tiene
la implacable finitud de la existencia de cada individuo. En esta novela el
autor trata de recrear esas magnitudes filosóficas que se dan en el
trascendentalismo existencial que va de lo material a lo divino, de lo
cotidiano a lo ancestral, de la vida a la muerte. Pero hay que destacar esa
forma peculiar de recrear el criterio relativo que en torno a la muerte se
ofrece como esencial en esa cosmovisión en la que ni la vida ni la muerte son
definitivas.
En una paráfrasis filosófica que considero de envergadura, puede leerse:
Acercar las cosas, unirlas,
relacionarlas, es una forma de darles vida aunque no sea la vida
que conocen los vivos, pues
la vida solo (sic) existe en vinculación
con lo que sea distinto
o exterior a uno… (ver pag. 32)
Y en otro momento dice:
…y cada muerte la ha sentido de una manera
distinta,
que no hay dos muertes
iguales, y la gente se diferencia
en la muerte más aún de lo que pudiera
diferenciarse en la vida.
(Ver pag 35)
Se reafirma aquí que la muerte no es definitiva, ni es el fin mismo,
pues contrario a lo que puede pensarse, “nos hay dos muertes iguales”. Se
afirma que hay más diferencia que la que puede observarse en la vida. De esta
afirmación se infiere que la vida continúa en la muerte, que no es
definitivamente muerte, sino transición o paso a otra dimensión de la vida.
Esta novela de Joel que está
emparentada con lo mejor que conocemos del realismo mágico, colmada de
propuestas filosóficas, concebidas a partir de ese mundo efectivamente
maravilloso que está en la cosmovisión de esos hombres que viven en una pequeña
comunidad, donde lo único excepcional y trascendente se encuentra precisamente
en su singular visión del mundo, en una cosmogonía que los libera de la
inmediatez y de la finitud del tiempo para insertarlos en un tiempo que viene y
va, se repite y se multiplica; donde la vida es más fantasía, alucinación o
metáfora que vida misma y la muerte parece más apariencia que ausencia de la
vida. Por eso dice el narrador:
…porque antes del miedo frente a
lo que veían fue la sorpresa de lo desconocido,
de lo no imaginado, de lo no
visto y lo no visto sólo se puede mirar como
lo miraron
ellos entonces, con los ojos de
animal, inmóviles, incapaces de ver más allá de lo que
justamente veían, de simples
apariencias de las cosas precisamente vistas, y precisamente
por ello ciegos, por lo mismo
que ven, hacia lo que realmente ven; y esa mirada fue en ellos
hasta que lo no visto se
convirtió en ámbito… (ver pág. 35)
Y más adelante, en la página 36 puede leerse, ante la muerte de la joven
suicida, la siguiente reflexión:
…un asombro distinto, que no es
hacia Graciela, sino que es de cada uno de ellos hacia el otro,
una sorpresa que distancia y
diferencia, pero al mismo tiempo junta y confunde. Nicolás que es
capaz de ver en el fondo de la
muerte de Graciela la continuidad de la vida, no se ha percatado
todavía del asombro abierto con
la profundidad de lo desconcertante…
La educación cristiana de Joel, que
en la infancia recibió de primera mano, quizá le dio la certeza de que el
universo de las percepciones del cristianismo no alcanzaban las complejidades
de de esta cosmogonía casi impenetrable, por lo menos inagotable. Eso explica
su presencia dominante, como creencias, y su alcance en la identidad nacional,
en la cubanidad. Frente a los sistemas mágico-religiosos de origen afro, tal
vez, la liturgia cristina se volvió
referencia mística de poco calado. Joel entendió como pocos que no había
acercamiento posible a la cultura cubana sin la comprensión cabal del universo
filosófico que sustentan esas culturas.
Buscó en la historia, en los hilos conductores del pensamiento cubano y
en el comportamiento de su cultura, en particular de la cultura popular, los
elementos que nos definen como nacionalidad y que legitima la nación en su
vínculo con el universo; de ahí su diversidad conceptual, su eclecticismo, la
amplitud de su visión. Supo que Martí podía ser la síntesis más acabada de la cultura cubana
hasta el siglo XIX, en su relación con la independencia, pero entendió también
que no terminaba allí, no escapó a su percepción la magnitud visionaria del
héroe nacional. En consecuencia dedicó una parte fundamental de sus estudios
históricos a encontrar y explicar su actualidad y la continuidad histórica de
su pensamiento. Sin embargo, tampoco escapó a su mirada el hecho de que ese
pensamiento independentista, lúcido, de vanguardia, definitorio de la
cubanidad, necesitaba verse no al margen del complemento orgánico que implica,
en su amplitud, la comprensión cabal de la cultura popular, donde se expresa la
esencia misma del Ser cubano.
III.- Joel y la cultura popular
La frase que aparece como una especie de
slogan de la Casa del Caribe define perfectamente la importancia que Joel le
confirió a la cultura popular: “Mientras exista cultura popular tradicional en
la articulación entre grupos portadores y comunidades, la patria cubana
continuará existiendo”. Esta idea de Joel no sólo implica claridad sobre el
peligro que puede asechar a la patria, vista ahora como soberanía. Ese peligro
es real y tiene varias aristas o flancos por donde puede ser lesionada. En el
terreno internacional, ya sabemos que Cuba ha sido apetecida desde los primeros
tiempos de la colonia por potencias externas. No hay que dudar que ese ojo
expansivo y dominador sigue atento, vigilante y con las mismas apetencias
habidas desde que el colonizador puso sus pies en tierras americanas. Pero no
escapaban a la pupila de Joel las peculiaridades del mundo que vivimos. Más
allá de las relaciones políticas hostiles que se dan frente a la Revolución, la
globalización tiene un rostro oculto y amenazador. Nadie puede ignorar el
alcance benéfico, digamos, de la globalización, en el terreno de las
comunicaciones; benéfico, edificante e imprescindible para la modernidad, pero
detrás de ésta y otras ventajas, existe un enorme peligro que empieza por la
pulverización del tejido social, entendido en su particularidad como el
desmembramiento de los factores culturales que representan la identidad de los
pueblos. En esto justamente estriba la estrategia de los grandes grupos de
poder. En consecuencia, desde esos niveles de control globalizado el punto a
golpear es precisamente la cultura, en particular la cultura popular por todo
cuanto incide, es parte fundamental de la identidad. El hombre aislado,
individualizado en todo lo posible y controlado por mecanismos financieros es
el objetivo y, desde luego, el golpe mortal a la independencia y la soberanía. Para
Joel ese peligro estaba muy claro y por eso su justa valoración del papel de la
cultura en la preservación de la soberanía, toda vez que la cultura popular, podemos
verla como la expresión más alta de la conciencia colectiva.
Pero Joel avizoraba de manera particular, y con mucha preocupación, el
peligro interno. Su atención hacia los asuntos económicos del país, expresados
con toda claridad en Vergüenza contra
dinero, no están divorciados, en modo alguno, de su obsesión por la
perdurabilidad de los elementos integradores de las comunidades, para lo que
veía como determinantes la preservación sus valores y expresiones registradas
en los grupos tradicionales y en las tradiciones mismas de aquéllas. Esa visión
devela la agudeza de este hombre de pensamiento. Sabía perfectamente que la
precariedad económica podía llegar a convertirse en la más devastadora forma de
liquidación de valores y rasgos soberanos que se amparan en la unidad y, en
consecuencia son factores de identidad. Si partimos de la idea de que “la
miseria hace miserable”, esa precariedad puede llevar a las más hostiles
prácticas de convivencia; al “borrón y cuenta nueva”, que significa alejarnos
de los valores históricos y de los móviles sociales que se generan con la Revolución,
entendida como el proceso histórico que comienza con las luchas
independentistas. Llama la atención en su ensayo Vergüenza contra dinero, sobre factores de corrupción, nepotismo,
oportunismo y otros males que parecían desterrados de la sociedad cubana y que
empezaron a potenciarse con evidente pujanza.
Por eso su llamado de alerta y su preocupación por mantener los
elementos unificadores a nivel de la comunidad, como garantía de la soberanía
nacional.
Si echamos una mirada atrás veremos cómo la Revolución comenzó
probablemente su revolución cultural con la campaña alfabetizadora, por todo lo
que implicó en el terreno del conocimiento y de la inserción social del hombre
marginado culturalmente en la historia y al entorno nacional. Se hicieron las
escuelas de instructores de arte, que muy pronto empezaron a egresar a cientos
y miles de jóvenes instructores que su primer descubrimiento fue a sí mismos,
al tiempo que le permitieron a las comunidades descubrir sus potencialidades
artísticas, cosa que no tiene poca significación. Pero desgraciadamente
paralelo a esa hazaña, el propio proceso revolucionario empezó a generar de
forma paradójica, acciones que lesionaron la cultura popular. El criterio de
partir de cero, que se amplificó en la acción revolucionaria, entiéndase una
voluntad unificadora de consecuencias nefastas, se arremetió y se borraron
infinidad de expresiones tradicionales de las comunidades, muchas de ellas su
origen religioso, como pueden ser las fiestas patronales. Inconscientemente,
tal vez, se debilitó la unidad comunitaria. Aparejado al maltrato de esas
manifestaciones y tradiciones, miles de jóvenes fueron sustraídos de sus comunidades
de base y llevados a las grandes ciudades. No se entendió bien, al principio,
la diferencia entre esas expresiones autóctonas, tradicionales, esenciales para
las comunidades, y el factor recreativo. Como sustituto de aquéllas se
implantaron carnavales o verbenas populares, que en la mayoría de los casos no
tenían sujeción histórica ni raíz alguna en las comunidades. “Música” y cerveza
remplazaron, en infinidad de casos, a las tradiciones y, aunque se quiera
ignorar, fue un golpe brutal a las tradiciones.
Joel James, quien tuvo siempre total claridad teórica sobre este
espinoso asunto, pero comprendió que no era suficiente lo que dijera o
escribiera, orquestó una enorme acción encaminada a rescatar, estimular y
proteger la cultura popular. Además de su preocupación e interés intelectual
por la zona del Caribe y su papel global en la cultura y la sociedad, se empeñó
en imprimirle a la Casa del Caribe,
institución que fundó, el doble perfil consistente en la investigación,
promoción e intercambio cultural con el resto del Caribe, y ese monumental trabajo
que concibió y logró en torno a la cultura popular en el país. Aclaro que
cuando hablo de cultura en singular me estoy adecuando el criterio de la
cultura cubana, pero no debe de ignorarse que estamos hablando de culturas en
plural, pues la cultura cubana tiene componentes de diversas culturas, muchas
de ellas minoritarias y algunas olvidadas y marginadas en cierto momento. En el
resto del continente son incontables las culturas que se registran en la mayoría
de las naciones.
El trabajo de Joel y su institución en lo referente al primer aspecto o
perfil ha sido monumental, pero extraordinario ha sido lo relacionado con la cultura popular.
Desplegó un trabajo con su equipo encaminado a localizar esas comunidades y
expresiones un tanto olvidadas y aisladas, algunas de ellas en las montañas de
la región oriental del país. Mediante un sistemático trabajo de acercamiento,
consiguió rescatarlas del olvido.
Indudablemente el Festival del Caribe, Fiesta del Fuego, ha sido una
verdadera proeza histórica; el vehículo perfecto para propiciar el encuentro
entre las dos vertientes que hemos referido y a éstas con el resto del mundo.
El festival del Caribe, aunque la mayoría de los cubanos a veces lo ignoran, y lo desconocen autoridades vinculadas a la cultura, es el
evento más grande y genuino de su tipo en toda la región. Ha sido un monumental
esfuerzo que refleja su alcance en cada encuentro anual. Hace mucho tiempo
desbordó el proyecto original y se ha extendido más allá del Caribe. El
Festival les permitió a Joel y a la Casa del Caribe propiciar un encuentro
único entre esas comunidades, esas particularidades expresivas, y por consiguiente se les ha facilitado la
tarea de apoyarlas, preservarlas y enriquecer su presencia en la cultura
cubana.
Hay que recordar que el Ministerio de Cultura, durante muchos años ha
venido realizando una investigación concebida como Atlas del la Cultura
Popular. Este proyecto sufrió muchas veces la desestimación de personalidades e
instituciones culturales, pero lo cierto es que el trabajo de los
investigadores fue enorme y los resultados en cuanto a información y valoración
tienen un valor inconmensurable para la cultura cubana. Tuvo, sin embargo, este
proyecto un defecto ajeno a sí mismo, defecto que es imputable al propio
ministerio, pues los hallazgos, las actualizaciones propiciadas nunca contaron
con un plan de acciones paralelas, encaminado a restaurar los daños encontrados,
rescatar o revitalizar lo que era de rigor hacer.
A diferencia de este panorama, la Casa del Caribe supo implementar
acciones, ejecutadas sobre el rigor que les impone la ausencia de recursos para
actuar en la práctica sobre lo que iban develando en cada caso. Esta hazaña
merece atención nacional e internacional y un lugar prominente para Joel en la
cultura cubana.
Pocas veces un intelectual logra
realizar una obra teórica y de investigación, extensa como es el caso, y
simultáneamente desarrollar una labor empírica como lo consiguió Joel James,
por eso llevo diciendo desde su muerte, y lamentando el enorme vacío que le
dejó a la cultura cubana y por qué no decir al Caribe y al mundo. Sería ingrato
y falso desconocer el alcance universal de su obra, por lo que consiguió en el
análisis de un fenómeno trascendente como es la presencia y el aporte que las
etnias africanas trajeron al “nuevo mundo” y su vinculación con otras
latitudes.
Creo que el Caribe, más que una ubicación geográfica de interés
estratégico, como han querido verlo algunos, sin desconocer sus riquezas, es
una concreción cultural no repetida, acaso irrepetible en la historia del
planeta. Una concreción que se fraguó entre enfrentamientos y convivencias de
pueblos de los más diversos orígenes, lenguas, culturas y visión del mundo. En
ello estriba probablemente su grandeza, porque tales diferencias fueron dando
un Ser también diferente, peculiar,
propio de estas tierras. En unan
apretada síntesis podríamos ver a este Caribe como una civilización que se
fragua en el sistema de plantaciones y cuyo ritmo y forma de existencia lo
distingue del resto del mundo. Joel sintió el orgullo de ser caribeño, que
aunque distante de sus ancestros, fue su cuna y su referente cultural, por eso
dedicó su vida a desentrañar sus honduras y sus misterios, que también forman
parte de ese Ser cubano y Caribeño.