Rafael Carralero
La libertad de expresión es un derecho
fundamental del hombre, o lo que es lo mismo, un derecho humano. La Revolución
francesa de 1789 abrió las puertas para la reivindicación de los derechos universales del ser humano. Ya
era parte de la filosofía y el reclamo de los hombres de la ilustración, cuyo
pensamiento tiene mucho que ver con aquella revolución. Pach, Montesquieu,
Voltaire y Rouseau, entre otros filósofos y libres pensadores del siglo XVIII
lucharon en defensa de esos derechos, que desde luego contemplaba el derecho al
disenso, que ellos concibieron como la base propiciatoria y esencial para el
desarrollo de las artes, la ciencia y el pensamiento social.
A estas alturas sería una atrocidad no defender ese derecho, que a demás de fundamental,
pareciera ya irrenunciable. Sin embargo, pese a los avances obtenidos en esta
materia, pese a las múltiples instituciones que a todos los niveles de la
sociedad se han formado para defenderlos, las violaciones son constantes y en
todas partes. No conozco el lugar del planeta donde, de alguna forma, no se
violen los derechos del hombre. Claro que hay distancias astronómicas entre
determinados países desarrollados, donde la sociedad civil tiene un grado alto
de participación y de respuesta y otros donde esto no ocurre. Vale decir que
sin una sociedad civil fuerte, educada en los valores que le son propios al
hombre y con una capacidad de respuesta contundente esto es impensable. No hay sociedad libre ni democrática donde no exista respeto
a esos derechos inalienables, entre los cuales se destaca el de la libertad de
expresión. Esa ausencia de libertad también se da en sociedades altamente
desarrolladas.
Por su naturaleza misma, poder y libertades parecieran antagónicas, pero
cuando se trata de libertad de expresión entonces ese antagonismo se vuelve
guerra irreconciliable, por muy sofisticadas y silenciosas que sean las armas
con que se enfrentan.
Claro que el poder hoy día tiene muchas caras
e infinidad de formas. Cuando se habla de poder, las personas suelen pensar de
inmediato en el poder político, pero ésta es sólo una forma, que cada vez se
entrelaza con otras, y resulta difícil encontrar las diferencias o las
fronteras que las separan o las distinguen. Si hablamos de poder político,
entendido como la administración gubernamental a diferentes niveles, ya sabemos
que nada les irrita tanto como la libre expresión, aunque las circunstancias de
la sociedad moderna les conduzca a fingir, coquetear y aparentar indulgencia,
tolerancia y flexibilidad, porque el discurso de la democracia se lo impone.
Justamente la cuestión de la democracia entra aquí en esa tenebrosa telaraña
que se tiende sobre la idea de libertad de expresión como derecho fundamental
del hombre. Alrededor de estos conceptos hay un
espantoso laberinto de engaños, apariencias, simulaciones y
perversidades.
Nada les preocupa tanto a los políticos en posesión del poder como la
libre expresión, es decir, el posible ojo crítico de quienes tienen posibilidad
de amplificar de alguna manera sus criterios. Por eso es tan frecuente que los
gobernantes tracen ciertas estrategias de “estira y encoge” en relación con
comunicadores y medios, claro, los que no le son del todo propicios. Los que
disienten. De manera que con frecuencia
se escuchan discursos políticos sobre estos tópicos que parecieran ser dichos
por el más liberal de los enciclopedistas, pero nada hay de verdad en lo que
dicen, nada que no sea retórica engañosa.
Vale aclarar desde ahora que cuando hablamos de poder no nos estamos
refiriendo únicamente al poder político y administrativos, el gran poder, el
más peligroso y menos visible no está precisamente en la administración pública
ni en las instituciones políticas, aunque frecuentemente se dan de narices con
aquéllos; son cómplices de facto o aliados a distancia. El gran poder está en
los centros financieros con sus maquinarias implacables y sus mecanismos de
dominación, donde naturalmente, aunque pareciera contraproducente se encuentran
los grandes y a veces no tan grandes, medios de comunicación. Aclaro que en
estos casos el concepto de comunicación es erróneo, pero volveremos luego sobre
este asunto. Desde esos grupos de poder, ocultos casi siempre, se maneja en
buena medida el mundo. Se compran gobiernos, se determinan procesos
electorales, se corrompen a funcionarios y autoridades del orden y la justicia.
De manera que es imposible hablar de libertad de expresión verdadera en
sociedades controladas por esos grupos que ambicionan controlar al mundo y
donde encuentran, con singular fuerza e
importancia, los principales medios de comunicación. De la misma forma que he
dicho que no se puede creer que el poder se concentra en los gobiernos y sus
instituciones políticas y administrativas, afirmo que sí son parte del poder
que se ejerce sobre la sociedad, con frecuencia devastador. Muchos, gobiernos,
en cantidad abrumadora, mueven la maquinaria del poder en complicidad con esos
grupos financieros; los monopolios y todo su engranaje avasallador.
Lo curioso
es que desde el PODER, cualquiera que sea el matiz con que lo identifiquemos,
se habla de la libertad de expresión y hasta
pretenden presentarse como líderes que defienden ése y otros derechos humanos. Espectacular
cinismo.
El asunto se vuelve más vergonzoso cuando uno ve a “comunicadores”,
figuras que dominan de los principales espacios informativos, “líderes de
opinión”, como suele llamárseles, protestando contra los intentos de acallar a
los comunicadores. Claro que vale decir que muchos de esos acallados, a veces desaparecidos, son
integrantes de medios locales y con frecuencia personas honorables, y
profesionales honestos. Pero es una
ironía que aquellos señores que no son otra cosa que portavoces de sus
patrones, dígase de los principales grupos de poder, se quieran vender como los
poseedores de la verdad y hasta se enojen cuando les dicen la verdad. Cuando a
estos informadores se les señala por su tendenciosa conducta en defensa de los
intereses de sus “pastores”, asumen la
crítica como un atentado contra la libertad de expresión. En estos casos parece
funcionarles el camuflaje.
Es pavoroso ver los programas donde ciertos grupos de “informadores” se
reúnen bajo la tutela de esos intereses
monopólicos para erigirse jueces implacables; todos coinciden en esencia,
aunque no siempre lo parezca. Satanizan toda expresión popular y a cualquier
liderazgo real; toda acción de la izquierda y sus acciones son “indignas
manifestaciones populacheras, autoritarias y carentes de inteligencia”, cuando
menos, sospechosamente dictatoriales. Sólo desde el sacrosanto poder se expresa la “inteligencia, la verdad y la
razón”. Las informaciones que ofrecen sobre las acciones y actitudes que
representan a los “jodidos” de la tierra
se ironizan o se matizan para dar la idea de barbarie. Ellos y sus
patrones son los hombres civilizados que si saben dónde está la verdad
absoluta. Unos hablan con magisterial seguridad, otros desbordan sus cualidades
de bufón.
No sienten vergüenza por su parcialización descarada, por sus
intenciones manipuladoras. No les importa estafar a millones de analfabetos
reales o funcionales. Tampoco les apena ignorar que frente a la pantalla hay
personas inteligentes, seres pensantes
que sin mucho esfuerzo pueden apreciar
la perversidad que se esconde detrás de su “libertad de expresión”. Creo que un comunicador (vuelvo a señalar que
una cosa es comunicar y otra dar noticias o informar sobre acontecimientos), los
hombres de la prensa tienen derecho a simpatizar o situarse ideológicamente en
la postura que le convenga, incluso expresarla, pero lo que sí parece miserable
es que se proclamen informadores limpios, transparentes, sin otro compromiso
que el de informar cuando en realidad son verdugos de las tendencias que les
son adversas a ellos y a sus patrones. “Yo soy periodista”, esa frase que
escucho con frecuencia les parece ellos libre absolución para mentir, manipular
y desacreditar.
Las multitudes de desamparados no tiene a su disposición los medios para
expresarse, muchas veces tampoco tienen la cultura necesaria para discernir,
pero cuando se expresan públicamente, cuando hacen marchas y protestan, suelen
ser calificados negativamente, por lo regular son “vándalos”, que responden a
las acciones “bárbaras” de los líderes de la izquierda. Entonces ¿dónde está la
libertad de expresión que dicen defender los señores de las manipulaciones informativas?
¿El derecho a expresarse es aquél que se da a través de los medios y a través
de sus “líderes” de opinión?
Es admirable aquel que defiende
sus ideas sin tapujos, tenga o no la rezón histórica es respetable cuando la
expresa libre y honestamente; despreciable
el que se vale del poder mediático para manipular y mentir. Sin embargo,
vivimos los tiempos de las grandes mentiras, manipulaciones, simulaciones y
abusos informativos. Los grandes medios de información son cómplices del olvido
y la ignorancia.
Tan vapuleado como el concepto de libertad de expresión, que más que
concepto es un derecho natural del hombre, es el de democracia. Estos
“paladines” de lo primero son también los de la democracia. Ambos fenómenos
están emparentados en su esencia misma. Pero ni uno ni otro son respetados por
ellos, salvo cuando les conviene, cuando resultan necesarios para darle
coherencia a sus estrategias manipuladoras. A los millones de analfabetos nadie
les ha explicado qué cosa es la democracia, la palabra misma le es tan extraña
y distante como si le hablasen de las galaxias. Pero los políticos y los (des)informadores hablan divinamente de la
democracia ignorando a esos millones que ni siquiera saben qué significa el término.
Hasta se atreven a creer o hacer creer
que existe democracia en países como el nuestro donde más de un tercio de la
población no puede discernir entre el mal y el bien, entre lo conveniente y lo
inconveniente. No se ha conocido procedimiento político alguno que supere a la
democracia, en eso coincidimos con Winston Churchill, pero no existe tal cuando
el precio
y aprecio de un voto puede ser un paquete de frijoles y medio kilogramo de
aceite. Jugar con el hambre de la gente no puede tener que ver con la
democracia ni con la dignidad humana. Cabe preguntarse nuevamente: ¿de qué
libertad de expresión y de qué democracia estamos hablando? ¿Las que le sirven
a unos y manipulan a los otros?
Es “divino” ver como muchos de esos conductores de programas, a los que nos hemos venido refiriendo, cuando
tienen que informar sobre cualquier acción de la izquierda llenan sus rostros
de gestos despectivos; sus palabras escupen ironía y los comentarios suelen ser
escandalosamente tendenciosos, pero no
se los diga, porque hierve la soberbia y, a ratos, truenan las
descalificaciones. Parecen ignorar, ignoran
de hecho, que dentro de los males de la política, que son casi todos, sólo la
izquierda, con sus defectos y desórdenes posibles, piensan en los desposeídos y
conquistan para ellos cierto alivio social. No hablamos de todos los que
militan o lideréan la izquierda, nos referimos a la izquierda como tendencia,
como filosofía política. No se trata de justificar las barbaridades cometidas
por oportunistas salidos de sus filas, ni los extremismos que han ensuciado la
historia. De lo que hablamos es de la filosofía y de muchas de las grandes
acciones de la izquierda que han costado
sangre, desapariciones, persecuciones de todo tipo e ingratitud de algunos que
todavía se autodefinen como progresistas. La izquierda ha evitado, en
diferentes momentos que la reacción aniquile algunas de las más grandes
conquistas del hombre. Ha conseguido libertades indispensables y se ha
enfrentado a las tendencias más conservadoras y retardatarias de la sociedad
¿Por qué se intenta ignorar y borrar de la memoria esta verdad?
No existe ni ha existido izquierda pura, casi siempre cuando han llegado
al poder se han llenado de errores,
violaciones y apoderamientos inadecuados, a veces perversos. Pero sigue siendo
la opción única para los que nada tienen. El problema consiste en que la
izquierda, globalmente visto, supere sus limitaciones y adquiera la capacidad
de gobernar sin parecerse a la derecha,
porque cabría preguntarles a esos que escupen hasta la palabra izquierda:
¿Cuándo la derecha se ha ocupado de los olvidados de la tierra? Hay hombres que
militando en la derecha han hecho aportes progresistas, eso nadie puede negarlo,
pero como filosofía y como acción cotidiana, la derecha se inclina hacia la
parte más oscura, conservadora y
privilegiada de la sociedad. Les preocupan y los seducen los monopolios, las
grandes empresas, nunca los trabajadores que hacen posible lo que aquéllos
producen. Para esa derecha que está dentro, y detrás de los grupos de poder, el
hombre común vale por lo que consume y produce. Los atendibles, los que son
tomados en cuenta, son los que poseen el capital, que los incluye en cierta
escala de poder. La derecha suele legislar, diseñar y dirigir proyectos que
siempre afectan a los de abajo y benefician a los que más tienen, sobre todo a
los que lo tienen todo. ¿Será muy difícil comprobar esa realidad? Véase nada
más la reforma laboral que la derecha mexicana ha presentado al congreso.
Es cierto que la izquierda que con la Revolución de Octubre en 1917 se
convirtió en la esperanza de las grandes multitudes de trabajadores, pero sufrió
su primer golpe contundente, irreparable, con el arribo de Stalin al poder
soviético. El resultado fue la decepción y el agravio a millones de personas
que en todo el planeta habían alimentado la esperanza de reivindicaciones, igualdad y respeto a esos
derechos que son propios de la condición humana. El estalinismo los violó, torció
el rumbo de una revolución que triunfó con el apoyo de los proletarios. Todo hombre progresista
del planeta fijó su atención en aquel acontecimiento,
que la intolerancia y las ambiciones de poder lanzaron al abismo. Desgracia que
los adversarios, situados en la otra “esquina” de la filosofía de la historia,
es decir, la derecha aprovechó para tratar de afianzarse como los salvadores;
se izaron, como nunca antes, las banderas de los monopolios y el mercado
desenfrenado. El Neoliberalismo surgió como la opción contraria y poderosa que
habría de descentralizar la economía,
empequeñecer a los gobiernos y darle rienda sueltas a la empresa. Lo que en
realidad ocurrió fue el debilitamiento o desaparición de los programas sociales
y la consolidación de los grande monopolios. Sus consecuencias inmediatas fueron
el olvido de los desposeídos de siempre y el crecimiento paulatino de la
miseria.
Los horrores cometidos por la derecha en todos
los rincones de la tierra durante siglos se han olvidado, aunque sigan
ocurriendo cada minuto. Los miles de muertos que llenaron las calles de nuestra
América, los desaparecidos y secuestrados desde las instituciones militares en
que se apoyó la derecha en la región
parecen no haber existido. Pero no se olvidan los fracasos y errores de la
izquierda. Esos son eternos, perduran en la memoria, aunque las masacres protagonizadas
por la derecha sólo se recuerdan como momentos superados, como si en estos
tiempos que vivimos no se estuvieran cometiendo todo tipo de abusos y una
ofensiva imparable de la derecha dirigida globalmente por los inescrupulosos
grupos de poder. Los proyectos de izquierda y sus líderes son atacados sin misericordia por la mayoría
de los grandes medios de comunicación (información) y se lanzan como buitres
para satanizarlos. Incluso medios tan prestigiosos como CNN, que ejerce sin
dudas un liderazgo informativo en el mundo, no dejan de buscarles las “esquinas”
feas, las fallas posibles o inventadas para desprestigiar a líderes de la
izquierda. Es aterrador el andamiaje publicitario que se ha echado a andar
contra los líderes progresista de la región, uno de esos casos es Rafael Correa,
presidente de Ecuador. Como si ignoraran lo que ese gobierno ha hecho por los
desposeídos, por la mayoría indígena y mestiza, cuya pobreza histórica es perfectamente conocida. La tierra de los “Huasipungos” ha sido una de las más flageladas del
continente, pero para CNN y otros monopolios de la información, el asunto
consiste en descalificar al presidente porque tuvo los pantalones de enfrentar
al monopolio de la infamia y la desinformación en su país. ¿Dónde está entonces
el límite entre libertad de expresión y la libertad de actuar en defensa de los
derechos que reclaman los “jodidos” de la tierra? Violaciones atroces cometía
diariamente en Ecuador la oligarquía nacional que era ínfima minoría, penetrada
y manipulada desde el exterior. Asombra e indigna ver como ciertos conductores
de programas informativos de CNN se esmeran en las entrevistas con los
adversarios del presidente constitucional de Ecuador, los buscan afanosamente y
les ayudan a construir el discurso conveniente. Sin negar los posibles errores
cometidos por el gobierno de aquel país ¿por qué ignoran los cambios producidos
a favor de las multitudes? Quieren
ignorar que cualquier error cometido es insignificante frente a los
oprobios que protagonizaron durante casi
doscientos años los que gobernaron Ecuador.
Acá, en casa ¿de qué libertades podemos hablar en un país donde una
docena de individuos poseen más riquezas que todo el patrimonio de cincuenta
millones de personas? Pero eso no es lo que dicen los líderes de opinión. No,
ellos califican de vandalismo las acciones de cansancio y reclamo de los
marginados de siempre. Son autoritarios, equivocados y provocadores los que lideréan a esas
multitudes que no tienen otro forma de defender sus libertades de expresión que
no sean las calles y las plazas. Son criminales porque sufren y se inconforman
porque la tortilla, la que es alimento único o casi único de millones, ha
subido a precios nunca antes sospechado, porque el huevo se vuelve artículo de
lujo, “gracias a las indolentes gallinas que ahora les ha dado por enfermarse
de gripe”.
Los que defienden a los desposeídos son
populistas, arrogantes, autoritarios y ambiciosos de poder ¿Así se ejerce la
libertad de expresión? No voy a repetir que la izquierda está llena de errores,
que se dejaron atrapar por los vicios del poder, que no fueron capaces de
evadir las tentaciones del acomodamiento y la demagogia, pero ni son todos, ni
es la filosofía que define tal posición política. Es cierto que el derrumbe del
socialismo en Europa del Este los lleno de incertidumbre y muchos corrieron a
parapetarse en las “bondades” de las empresas, muchas de aquéllas,
transnacionales. Otros se volvieron detractores de lo que habían defendido.
El socialismo, que hoy nombramos como socialismo real y que sus
adversarios identificaron con el comunismo, sucumbió en su propia “salsa” con
la ayuda “desinteresada” de la derecha mundial. Ese socialismo real que ahora
se pretende recordar como un fósil de la historia, tuvo como guía una filosofía
de igualdad, entendida como igualdad de derechos y deberes sociales, que aunque
se cuestione y se intente enterrar, es
en realidad la filosofía del progreso, de los hombres que buscan una sociedad
más justa , y en su práctica tuvo aciertos que son incuestionables, pero tuvo
también como su peor enemigo el intentar edificar una sociedad, que en lugar de
igualdad impuso el igualitarismo y un totalitarismo, que en lugar de encontrar
caminos nuevos en los procesos productivos, creó una burocracia
controladora, acomodaticia y, en consecuencia se volvió ineficaz y con
frecuencia corrupta.
El socialismo real hizo desaparecer la libertad de expresión entre otras
libertades indispensables, por eso he dicho que se ahogó en su propia “salsa”.
Sus defectos y las limitantes que le impuso al individuo se convirtieron en
bandeja de plana para que el neoliberalismo, que tiene detrás a los grupos de
poder más voraces, se sirviera de la forma
más expedita en su campaña de desprestigio y construyeran su propia
muralla ofensiva y defensiva contra todo intento de la izquierda para
recomponerse. Los rasgos de autoritarismo, totalitarismo y freno a ciertos
derechos humanos del socialismo real, le sirvieron también para presentarse como
los salvadores de las libertades y de la democracia. Pero cada vez demuestran
que son en su esencia contrarios a la igualdad, la equidad y las libertades esenciales.
Los grandes medios de comunicación son el arma perfecta para fabricar la imagen
que desean, aunque estén cada día más distantes de lo que postulan.
El caso es que, los jodidos de la tierra no entienden mucho de
libertades de expresión ni democracia, como he dicho con anterioridad; tienen
que poner su atención en la agónica tarea de sobrevivir, pero son
constantemente manipulados por los medios, en particular los grandes medios de
información, para quienes las reivindicaciones
en lugar de metas a conquistar son “peligros”. Los llamados líderes de
opinión, en su mayoría, se vuelven grandes defraudadores de la verdad y la
dignidad de las mayorías. Agreden con sus acciones al profesionalismo que debe
caracterizar a un verdadero profesional de la comunicación. Por cierto que con
frecuencia se autodefinen como comunicadores, aunque con ellos falten a la
verdad y a la definición conceptual del término.
Si nos
atenemos a la teoría de la comunicación para que exista tal ha de haber un
emisor, un receptor y un mensaje, para cuya concreción debe contar con un
código común, es decir, un código o códigos que puedan compartir el emisor y el
receptor. Ocurre que por lo regular se piensa que ese código requerido, en el
caso que estamos hablando, es sólo el del lenguaje en que se transmite, pero
tal cosa no es suficiente, para que se complete la acción comunicativa. Se
requiere de un código cultural compartido que presupone igualdad de condiciones
para emitir y recibir. Eso pocas veces ocurre cuando se trata de mensajes
transmitidos a través de los medios de comunicación, porque regularmente, sobre
todo cuando se trata de los grandes difusores, parten de una cultura de masa,
que significa cultura de dominación; ajena en principio a los intereses de la
mayoría y distante de la cultura popular, entendida ésta en su mejor sentido,
la que es portadora de la creación, la imaginación y los valores que comportan tradiciones
y raíces culturales más profundas. En consecuencia, aunque se comparta el
lenguaje en que es transmitido el mensaje, sucede que los códigos culturales
resultan adversos.
Aunque parezca paradójico, la cultura de masa
es fabricada, producida, por una élite minoritaria que cuenta con los medios
que amplifican sus mensajes, sus ideas y su visión del mundo, sin misericordia
y mediante un número determinado de “informadores” que son adiestrados para
repetir lo que les resulta conveniente. Es una cultura, una información que
carece de interacción. La pregunta entonces es ¿puede haber aquí libertad de
expresión y equidad comunicativa? ¿Eso es comunicación? No, lo contrario es una
farsa.