jueves, 27 de septiembre de 2012

LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y PODER: EL LABERINTO DE LOS ENGAÑOS Y LAS SIMULACIONES



Rafael Carralero


 La libertad de expresión es un derecho fundamental del hombre, o lo que es lo mismo, un derecho humano. La Revolución francesa de 1789 abrió las puertas para la reivindicación de  los derechos universales del ser humano. Ya era parte de la filosofía y el reclamo de los hombres de la ilustración, cuyo pensamiento tiene mucho que ver con aquella revolución. Pach, Montesquieu, Voltaire y Rouseau, entre otros filósofos y libres pensadores del siglo XVIII lucharon en defensa de esos derechos, que desde luego contemplaba el derecho al disenso, que ellos concibieron como la base propiciatoria y esencial para el desarrollo de las artes, la ciencia y el pensamiento social.
  A estas alturas sería una atrocidad no defender  ese derecho, que a demás de fundamental, pareciera ya irrenunciable. Sin embargo, pese a los avances obtenidos en esta materia, pese a las múltiples instituciones que a todos los niveles de la sociedad se han formado para defenderlos, las violaciones son constantes y en todas partes. No conozco el lugar del planeta donde, de alguna forma, no se violen los derechos del hombre. Claro que hay distancias astronómicas entre determinados países desarrollados, donde la sociedad civil tiene un grado alto de participación y de respuesta y otros donde esto no ocurre. Vale decir que sin una sociedad civil fuerte, educada en los valores que le son propios al hombre y con una capacidad de respuesta contundente esto es impensable. No hay  sociedad libre ni democrática donde no exista respeto a esos derechos inalienables, entre los cuales se destaca el de la libertad de expresión. Esa ausencia de libertad también se da en sociedades altamente desarrolladas.
  Por su naturaleza misma, poder y libertades parecieran antagónicas, pero cuando se trata de libertad de expresión entonces ese antagonismo se vuelve guerra irreconciliable, por muy sofisticadas y silenciosas que sean las armas con que se enfrentan.
 Claro que el poder hoy día tiene muchas caras e infinidad de formas. Cuando se habla de poder, las personas suelen pensar de inmediato en el poder político, pero ésta es sólo una forma, que cada vez se entrelaza con otras, y resulta difícil encontrar las diferencias o las fronteras que las separan o las distinguen. Si hablamos de poder político, entendido como la administración gubernamental a diferentes niveles, ya sabemos que nada les irrita tanto como la libre expresión, aunque las circunstancias de la sociedad moderna les conduzca a fingir, coquetear y aparentar indulgencia, tolerancia y flexibilidad, porque el discurso de la democracia se lo impone. Justamente la cuestión de la democracia entra aquí en esa tenebrosa telaraña que se tiende sobre la idea de libertad de expresión como derecho fundamental del hombre. Alrededor de estos conceptos hay un  espantoso laberinto de engaños, apariencias, simulaciones y perversidades.
  Nada les preocupa tanto a los políticos en posesión del poder como la libre expresión, es decir, el posible ojo crítico de quienes tienen posibilidad de amplificar de alguna manera sus criterios. Por eso es tan frecuente que los gobernantes tracen ciertas estrategias de “estira y encoge” en relación con comunicadores y medios, claro, los que no le son del todo propicios. Los que disienten. De manera que  con frecuencia se escuchan discursos políticos sobre estos tópicos que parecieran ser dichos por el más liberal de los enciclopedistas, pero nada hay de verdad en lo que dicen, nada que no sea retórica engañosa.
  Vale  aclarar desde ahora  que cuando hablamos de poder no nos estamos refiriendo únicamente al poder político y administrativos, el gran poder, el más peligroso y menos visible no está precisamente en la administración pública ni en las instituciones políticas, aunque frecuentemente se dan de narices con aquéllos; son cómplices de facto o aliados a distancia. El gran poder está en los centros financieros con sus maquinarias implacables y sus mecanismos de dominación, donde naturalmente, aunque pareciera contraproducente se encuentran los grandes y a veces no tan grandes, medios de comunicación. Aclaro que en estos casos el concepto de comunicación es erróneo, pero volveremos luego sobre este asunto. Desde esos grupos de poder, ocultos casi siempre, se maneja en buena medida el mundo. Se compran gobiernos, se determinan procesos electorales, se corrompen a funcionarios y autoridades del orden y la justicia.
  De manera que es imposible hablar de libertad de expresión verdadera en sociedades controladas por esos grupos que ambicionan controlar al mundo y donde encuentran, con singular fuerza  e importancia, los principales medios de comunicación. De la misma forma que he dicho que no se puede creer que el poder se concentra en los gobiernos y sus instituciones políticas y administrativas, afirmo que sí son parte del poder que se ejerce sobre la sociedad, con frecuencia devastador. Muchos, gobiernos, en cantidad abrumadora, mueven la maquinaria del poder en complicidad con esos grupos financieros; los monopolios y todo su engranaje avasallador. 
  Lo curioso es que desde el PODER, cualquiera que sea el matiz con que lo identifiquemos, se habla de la libertad de expresión y hasta  pretenden presentarse como líderes  que defienden ése  y otros derechos humanos. Espectacular cinismo.
  El asunto se vuelve más vergonzoso cuando uno ve a “comunicadores”, figuras que dominan de los principales espacios informativos, “líderes de opinión”, como suele llamárseles, protestando contra los intentos de acallar a los comunicadores. Claro que vale decir que muchos de  esos acallados, a veces desaparecidos, son integrantes de medios locales y con frecuencia personas honorables, y profesionales honestos.  Pero es una ironía que aquellos señores que no son otra cosa que portavoces de sus patrones, dígase de los principales grupos de poder, se quieran vender como los poseedores de la verdad y hasta se enojen cuando les dicen la verdad. Cuando a estos informadores se les señala por su tendenciosa conducta en defensa de los intereses de sus “pastores”,  asumen la crítica como un atentado contra la libertad de expresión. En estos casos parece funcionarles el camuflaje.
  Es pavoroso ver los programas donde ciertos grupos de “informadores” se reúnen bajo la tutela de esos intereses  monopólicos para erigirse jueces implacables; todos coinciden en esencia, aunque no siempre lo parezca. Satanizan toda expresión popular y a cualquier liderazgo real; toda acción de la izquierda y sus acciones son “indignas manifestaciones populacheras, autoritarias y carentes de inteligencia”, cuando menos, sospechosamente dictatoriales. Sólo desde el sacrosanto poder  se expresa la “inteligencia, la verdad y la razón”. Las informaciones que ofrecen sobre las acciones y actitudes que representan a los “jodidos” de la tierra  se ironizan o se matizan para dar la idea de barbarie. Ellos y sus patrones son los hombres civilizados que si saben dónde está la verdad absoluta. Unos hablan con magisterial seguridad, otros desbordan sus cualidades de bufón.
  No sienten vergüenza por su parcialización descarada, por sus intenciones manipuladoras. No les importa estafar a millones de analfabetos reales o funcionales. Tampoco les apena ignorar que frente a la pantalla hay personas inteligentes,  seres pensantes que sin  mucho esfuerzo pueden apreciar la perversidad que se esconde detrás de su “libertad de expresión”.  Creo que un comunicador (vuelvo a señalar que una cosa es comunicar y otra dar noticias o informar sobre acontecimientos), los hombres de la prensa tienen derecho a simpatizar o situarse ideológicamente en la postura que le convenga, incluso expresarla, pero lo que sí parece miserable es que se proclamen informadores limpios, transparentes, sin otro compromiso que el de informar cuando en realidad son verdugos de las tendencias que les son adversas a ellos y a sus patrones. “Yo soy periodista”, esa frase que escucho con frecuencia les parece ellos libre absolución para mentir, manipular y desacreditar.  
 Las multitudes de desamparados  no tiene a su disposición los medios para expresarse, muchas veces tampoco tienen la cultura necesaria para discernir, pero cuando se expresan públicamente, cuando hacen marchas y protestan, suelen ser calificados negativamente, por lo regular son “vándalos”, que responden a las acciones “bárbaras” de los líderes de la izquierda. Entonces ¿dónde está la libertad de expresión que dicen defender los señores de las manipulaciones informativas? ¿El derecho a expresarse es aquél que se da a través de los medios y a través de sus “líderes” de opinión? 
   Es admirable aquel que defiende sus ideas sin tapujos, tenga o no la rezón histórica es respetable cuando la expresa libre y  honestamente; despreciable el que se vale del poder mediático para manipular y mentir. Sin embargo, vivimos los tiempos de las grandes mentiras, manipulaciones, simulaciones y abusos informativos. Los grandes medios de información son cómplices del olvido y la ignorancia.
  Tan vapuleado como el concepto de libertad de expresión, que más que concepto es un derecho natural del hombre, es el de democracia. Estos “paladines” de lo primero son también los de la democracia. Ambos fenómenos están emparentados en su esencia misma. Pero ni uno ni otro son respetados por ellos, salvo cuando les conviene, cuando resultan necesarios para darle coherencia a sus estrategias manipuladoras. A los millones de analfabetos nadie les ha explicado qué cosa es la democracia, la palabra misma le es tan extraña y distante como si le hablasen de las galaxias. Pero los políticos y los  (des)informadores hablan divinamente de la democracia ignorando a esos millones que ni siquiera saben qué significa el término. Hasta se atreven  a creer o hacer creer que existe democracia en países como el nuestro donde más de un tercio de la población no puede discernir entre el mal y el bien, entre lo conveniente y lo inconveniente. No se ha conocido procedimiento político alguno que supere a la democracia, en eso coincidimos con Winston Churchill, pero no existe tal cuando  el precio y aprecio de un voto puede ser un paquete de frijoles y medio kilogramo de aceite. Jugar con el hambre de la gente no puede tener que ver con la democracia ni con la dignidad humana. Cabe preguntarse nuevamente: ¿de qué libertad de expresión y de qué democracia estamos hablando? ¿Las que le sirven a unos y manipulan a los otros?
  Es “divino” ver como muchos de esos conductores de programas, a  los que nos hemos venido refiriendo, cuando tienen que informar sobre cualquier acción de la izquierda llenan sus rostros de gestos despectivos; sus palabras escupen ironía y los comentarios suelen ser escandalosamente tendenciosos,  pero no se los diga, porque hierve la soberbia y, a ratos, truenan las descalificaciones.  Parecen ignorar, ignoran de hecho, que dentro de los males de la política, que son casi todos, sólo la izquierda, con sus defectos y desórdenes posibles, piensan en los desposeídos y conquistan para ellos cierto alivio social. No hablamos de todos los que militan o lideréan la izquierda, nos referimos a la izquierda como tendencia, como filosofía política. No se trata de justificar las barbaridades cometidas por oportunistas salidos de sus filas, ni los extremismos que han ensuciado la historia. De lo que hablamos es de la filosofía y de muchas de las grandes acciones de la izquierda que  han costado sangre, desapariciones, persecuciones de todo tipo e ingratitud de algunos que todavía se autodefinen como progresistas. La izquierda ha evitado, en diferentes momentos que la reacción aniquile algunas de las más grandes conquistas del hombre. Ha conseguido libertades indispensables y se ha enfrentado a las tendencias más conservadoras y retardatarias de la sociedad ¿Por qué se intenta ignorar y borrar de la memoria esta verdad?    
  No existe ni ha existido izquierda pura, casi siempre cuando han llegado al poder se  han llenado de errores, violaciones y apoderamientos inadecuados, a veces perversos. Pero sigue siendo la opción única para los que nada tienen. El problema consiste en que la izquierda, globalmente visto, supere sus limitaciones y adquiera la capacidad de gobernar sin  parecerse a la derecha, porque cabría preguntarles a esos que escupen hasta la palabra izquierda: ¿Cuándo la derecha se ha ocupado de los olvidados de la tierra? Hay hombres que militando en la derecha han hecho aportes progresistas, eso nadie puede negarlo, pero como filosofía y como acción cotidiana, la derecha se inclina hacia la parte  más oscura, conservadora y privilegiada de la sociedad. Les preocupan y los seducen los monopolios, las grandes empresas, nunca los trabajadores que hacen posible lo que aquéllos producen. Para esa derecha que está dentro, y detrás de los grupos de poder, el hombre común vale por lo que consume y produce. Los atendibles, los que son tomados en cuenta, son los que poseen el capital, que los incluye en cierta escala de poder. La derecha suele legislar, diseñar y dirigir proyectos que siempre afectan a los de abajo y benefician a los que más tienen, sobre todo a los que lo tienen todo. ¿Será muy difícil comprobar esa realidad? Véase nada más la reforma laboral que la derecha mexicana ha presentado al congreso.
  Es cierto que la izquierda que con la Revolución de Octubre en 1917 se convirtió en la esperanza de las grandes multitudes de trabajadores, pero sufrió su primer golpe contundente, irreparable, con el arribo de Stalin al poder soviético. El resultado fue la decepción y el agravio a millones de personas que en todo el planeta habían alimentado la esperanza de  reivindicaciones, igualdad y respeto a esos derechos que son propios de la condición humana. El estalinismo los violó, torció el rumbo de una revolución que triunfó con el apoyo  de los proletarios. Todo hombre progresista del planeta fijó su atención en  aquel acontecimiento, que la intolerancia y las ambiciones de poder lanzaron al abismo. Desgracia que los adversarios, situados en la otra “esquina” de la filosofía de la historia, es decir, la derecha aprovechó para tratar de afianzarse como los salvadores; se izaron, como nunca antes, las banderas de los monopolios y el mercado desenfrenado. El Neoliberalismo surgió como la opción contraria y poderosa que habría de descentralizar  la economía, empequeñecer a los gobiernos y darle rienda sueltas a la empresa. Lo que en realidad ocurrió fue el debilitamiento o desaparición de los programas sociales y la consolidación de los grande monopolios. Sus consecuencias inmediatas fueron el olvido de los desposeídos de siempre y el crecimiento paulatino de la miseria.  
 Los horrores cometidos por la derecha en todos los rincones de la tierra durante siglos se han olvidado, aunque sigan ocurriendo cada minuto. Los miles de muertos que llenaron las calles de nuestra América, los desaparecidos y secuestrados desde las instituciones militares en que se apoyó  la derecha en la región parecen no haber existido. Pero no se olvidan los fracasos y errores de la izquierda. Esos son eternos, perduran en la memoria, aunque las masacres protagonizadas por la derecha sólo se recuerdan como momentos superados, como si en estos tiempos que vivimos no se estuvieran cometiendo todo tipo de abusos y una ofensiva imparable de la derecha dirigida globalmente por los inescrupulosos grupos de poder. Los proyectos de izquierda y sus líderes  son atacados sin misericordia por la mayoría de los grandes medios de comunicación (información) y se lanzan como buitres para satanizarlos. Incluso medios tan prestigiosos como CNN, que ejerce sin dudas un liderazgo informativo en el mundo, no dejan de buscarles las “esquinas” feas, las fallas posibles o inventadas para desprestigiar a líderes de la izquierda. Es aterrador el andamiaje publicitario que se ha echado a andar contra los líderes progresista de la región, uno de esos casos es Rafael Correa, presidente de Ecuador. Como si ignoraran lo que ese gobierno ha hecho por los desposeídos, por la mayoría indígena y mestiza, cuya pobreza histórica es   perfectamente conocida. La tierra de los “Huasipungos”  ha sido una de las más flageladas del continente, pero para CNN y otros monopolios de la información, el asunto consiste en descalificar al presidente porque tuvo los pantalones de enfrentar al monopolio de la infamia y la desinformación en su país. ¿Dónde está entonces el límite entre libertad de expresión y la libertad de actuar en defensa de los derechos que reclaman los “jodidos” de la tierra? Violaciones atroces cometía diariamente en Ecuador la oligarquía nacional que era ínfima minoría, penetrada y manipulada desde el exterior. Asombra e indigna ver como ciertos conductores de programas informativos de CNN se esmeran en las entrevistas con los adversarios del presidente constitucional de Ecuador, los buscan afanosamente y les ayudan a construir el discurso conveniente. Sin negar los posibles errores cometidos por el gobierno de aquel país ¿por qué ignoran los cambios producidos a favor de las multitudes? Quieren  ignorar que cualquier error cometido es insignificante frente a los oprobios  que protagonizaron durante casi doscientos años los que gobernaron  Ecuador.
  Acá, en casa ¿de qué libertades podemos hablar en un país donde una docena de individuos poseen más riquezas que todo el patrimonio de cincuenta millones de personas? Pero eso no es lo que dicen los líderes de opinión. No, ellos califican de vandalismo las acciones de cansancio y reclamo de los marginados de siempre. Son autoritarios, equivocados  y provocadores los que lideréan a esas multitudes que no tienen otro forma de defender sus libertades de expresión que no sean las calles y las plazas. Son criminales porque sufren y se inconforman porque la tortilla, la que es alimento único o casi único de millones, ha subido a precios nunca antes sospechado, porque el huevo se vuelve artículo de lujo, “gracias a las indolentes gallinas que ahora les ha dado por enfermarse de gripe”.  
 Los que defienden a los desposeídos son populistas, arrogantes, autoritarios y ambiciosos de poder ¿Así se ejerce la libertad de expresión? No voy a repetir que la izquierda está llena de errores, que se dejaron atrapar por los vicios del poder, que no fueron capaces de evadir las tentaciones del acomodamiento y la demagogia, pero ni son todos, ni es la filosofía que define tal posición política. Es cierto que el derrumbe del socialismo en Europa del Este los lleno de incertidumbre y muchos corrieron a parapetarse en las “bondades” de las empresas, muchas de aquéllas, transnacionales. Otros se volvieron detractores de lo que habían defendido.
  El socialismo, que hoy nombramos como socialismo real y que sus adversarios identificaron con el comunismo, sucumbió en su propia “salsa” con la ayuda “desinteresada” de la derecha mundial. Ese socialismo real que ahora se pretende recordar como un fósil de la historia, tuvo como guía una filosofía de igualdad, entendida como igualdad de derechos y deberes sociales, que aunque se cuestione y se intente enterrar,  es en realidad la filosofía del progreso, de los hombres que buscan una sociedad más justa , y en su práctica tuvo aciertos que son incuestionables, pero tuvo también como su peor enemigo el intentar edificar una sociedad, que en lugar de igualdad impuso el igualitarismo y un totalitarismo, que en lugar  de encontrar  caminos nuevos en los procesos productivos, creó una burocracia controladora, acomodaticia y, en consecuencia se volvió ineficaz y con frecuencia corrupta.  
  El socialismo real hizo desaparecer la libertad de expresión entre otras libertades indispensables, por eso he dicho que se ahogó en su propia “salsa”. Sus defectos y las limitantes que le impuso al individuo se convirtieron en bandeja de plana para que el neoliberalismo, que tiene detrás a los grupos de poder más voraces, se sirviera de la forma  más expedita en su campaña de desprestigio y construyeran su propia muralla ofensiva y defensiva contra todo intento de la izquierda para recomponerse. Los rasgos de autoritarismo, totalitarismo y freno a ciertos derechos humanos del socialismo real, le sirvieron también para presentarse como los salvadores de las libertades y de la democracia. Pero cada vez demuestran que son en su esencia contrarios a la igualdad, la equidad y las libertades esenciales. Los grandes medios de comunicación son el arma perfecta para fabricar la imagen que desean, aunque estén cada día más distantes de lo que postulan.
  El caso es que, los jodidos de la tierra no entienden mucho de libertades de expresión ni democracia, como he dicho con anterioridad; tienen que poner su atención en la agónica tarea de sobrevivir, pero son constantemente manipulados por los medios, en particular los grandes medios de información, para quienes las reivindicaciones  en lugar de metas a conquistar son “peligros”. Los llamados líderes de opinión, en su mayoría, se vuelven grandes defraudadores de la verdad y la dignidad de las mayorías. Agreden con sus acciones al profesionalismo que debe caracterizar a un verdadero profesional de la comunicación. Por cierto que con frecuencia se autodefinen como comunicadores, aunque con ellos falten a la verdad y a la definición conceptual del término.
  Si nos atenemos a la teoría de la comunicación para que exista tal ha de haber un emisor, un receptor y un mensaje, para cuya concreción debe contar con un código común, es decir, un código o códigos que puedan compartir el emisor y el receptor. Ocurre que por lo regular se piensa que ese código requerido, en el caso que estamos hablando, es sólo el del lenguaje en que se transmite, pero tal cosa no es suficiente, para que se complete la acción comunicativa. Se requiere de un código cultural compartido que presupone igualdad de condiciones para emitir y recibir. Eso pocas veces ocurre cuando se trata de mensajes transmitidos a través de los medios de comunicación, porque regularmente, sobre todo cuando se trata de los grandes difusores, parten de una cultura de masa, que significa cultura de dominación; ajena en principio a los intereses de la mayoría y distante de la cultura popular, entendida ésta en su mejor sentido, la que es portadora de la creación, la imaginación y los valores que comportan tradiciones y raíces culturales más profundas. En consecuencia, aunque se comparta el lenguaje en que es transmitido el mensaje, sucede que los códigos culturales resultan adversos.
 Aunque parezca paradójico, la cultura de masa es fabricada, producida, por una élite minoritaria que cuenta con los medios que amplifican sus mensajes, sus ideas y su visión del mundo, sin misericordia y mediante un número determinado de “informadores” que son adiestrados para repetir lo que les resulta conveniente. Es una cultura, una información que carece de interacción. La pregunta entonces es ¿puede haber aquí libertad de expresión y equidad comunicativa? ¿Eso es comunicación? No, lo contrario es una farsa.   
   

martes, 18 de septiembre de 2012

Joel James, del sueño revol...




                                        


                             JOEL JAMES: DE LA ACCIÓN AL PENSAMIENTO ABSTRACTO


                                                    Rafael Carralero                                                                                 


               …Hay muertos más recientes, lo repito
              muertos que nos dejaron definitivamente huérfanos.      
              Pienso en Joel, en su ternura brusca,
             en su cortante lucidez, en su diálogo intacto con los loa
             buscando una explicación para sí mismo,
            para nosotros, para la isla entrañable que nos duele…
                                                                                                             
            Waldo Leyva


                                                                                               

 A modo de introducción.

Los hombres que no permiten silencio ni olvido son aquéllos que dejan una huella profunda en quienes le amaron, e incluso en quienes pudieron conocerlos a distancia. Es el caso de Joel James Figarola. Por eso cuando se cumplen los setenta años de su nacimiento es casi un imperativo valorar el alcance de su figura. Sutil, tierno, brutal a veces; fraterno siempre, amigo y proverbialmente inteligente, este hombre que nació en Guanabacoa y fue trasladado en su niñez a Banes, pequeña ciudad al norte de la región oriental de Cuba, de ancestros norteamericanos por vía paterna, miope por designios de la naturaleza, conspirador nato y santiaguero por adopción, ha dejado una ausencia cara para la cultura cubana. Por todo                                                                                                                cuanto de cerca le conocí, tengo el deber de hacer algunas consideraciones al respecto.
 Sería una pena que el tiempo vaya distanciando el recuerdo y, sobre todo, el sentido y la trascendencia de la obra y el pensamiento de Joel. Nunca como ahora, Cuba, la cultura cubana, y el empeño transformador de la sociedad, requieren una valoración profunda  de lo que significa esta figura.
  Diversa como su obra fue su personalidad; un hombre en lucha permanente contra prejuicios y dogmas. Un revolucionario en todos los planos, que tuvo que luchar también contra sus posibles debilidades y contra el cansancio que le producían los esquematismos, extremismos y abulia presente en la sociedad cubana. El dolor y la incertidumbre no estuvieron ausentes en la vida de Joel James, la duda y las convicciones fueron parte de su guerra interior. El espíritu crítico y la lealtad también operaron en él como factor lacerante, pero se impuso siempre con un singular sentido del deber histórico. Como todo hombre de pensamiento no dejó de ser presa de contradicciones y paradojas, a las que tuvo que escapar, si es que escapó, echando mano a su conocimiento de la historia y su ideario transformador. La fe, en el más amplio sentido de la palabra, tuvo el apoyo de su enorme inteligencia, de allí sacó fuerzas para edificar una obra que es y será patrimonio fundamental de la cultura cubana.     
  Como dice Waldo en los versos hermosos y certeros que cito al comienzo, Joel James vivió “buscando una explicación para sí mismo, para nosotros, para la isla entrañable que nos duele” y es un muerto que nos dejó definitivamente huérfanos.   

I.-El historiador
La búsqueda constante de los acontecimientos, en particular de los hilos históricos que expresan la continuidad de un ideario cubano que definen su naturaleza como comunidad, como cultura, en sus conquistas soberanas y sus empeños libertarios, son rasgos esenciales de la obra  historiográfica de este hombre que no se conformó con develar fenómenos concretos y conceptuales de la sociedad cubana, sino que se insertó como protagonista en esa búsqueda transformadora. De manera que no es un historiador común, de los que contemplan y estudian el acontecer a distancia; hurgó en el pasado  en un empeño casi obsesivo para encontrar aquellos elementos que explicaran y sirvieran de apoyo al presente, a un presente en el que, con su acción, también era él parte de la historia. Desde  La república dividida contra sí misma, pasando por sus observaciones al diario de campaña de José Martí, o Martí en su dimensión única, hasta Vergüenza contra dinero;  ensayo, este último, en el que penetra en los conflictos e imperfecciones del socialismo y de la revolución que lo instauró, uno puede ver la coherencia de un pensamiento que  trata de encontrar y mostrar la existencia de un ideario cubano que define el espíritu de la nacionalidad, las esencias de la cultura cubana y las determinaciones que vinculan al hombre común con ese pensamiento de vanguardia, que tuvo como máximo exponente a José Martí.
  Es importante destacar que ese análisis fue siempre crítico, nunca se acomodó al dogma ni le rindió homenaje a las consignas que intentaron reducir o sintetizar la historia a tales o cuales hechos o definiciones pretendidamente concluyentes o totalizadoras. Mientras que con sus actos cotidianos hacía historia, Joel hizo resistencia a todo intento simplificador, que pudiese buscar justificaciones en hechos coyunturales o interpretar el proceso de continuidad a partir de propuestas estatistas.    
Como he dicho alguna vez, este hombre que fue un revolucionario genuino, no se acomodó a la idea de que alguien hiciera o pensara por él. Actuó bajo la convicción de que la aceptación del discurso político sin la reflexión crítica era pereza intelectual y podía convertirse en el peor enemigo de los cambios y transformaciones que necesita el proceso cubano.
  En Vergüenza contra dinero, Joel puntualiza críticamente los aspectos negativos que se fueron imponiendo como tendencia; los critica y los señala desde la posición de un revolucionario, desde el dolor que alguna vez me confesó, lo ponía
en riesgo de ser mal interpretado, pero lo hizo sin temores, sin prejuicios y con toda la intención de ofrecer una lectura objetiva y revolucionaria de lo que estaba ocurriendo. Sabía que lo peor podía verse conceptualmente en la afirmación de un discurso que pretendía darle respuesta a las exigencias de cambios diciendo que los cambios necesarios se habían hecho en 1959. Nada más nefasto, irreal y contrario a lo auténticamente revolucionario, pues la dialéctica de un pensamiento progresista, genuino, indica que los cambios hay que hacerlos constantemente, diariamente, toda la vida.
  Como muchos de su generación, Joel sintió el efecto del cansancio y vivió la contradicción de su enorme adhesión y lealtad al proceso revolucionario, por un lado, y la decepción por otro. Durante muchos años buscó compensación en acciones que, aunque de alto vuelo, pudieron ser ignoradas por muchos. Desde la Casa del Caribe, que fue su trinchera muchos años, desplegó la titánica tarea de aglutinar, rescatar, salvaguardar y desarrollar las culturas populares, asunto al que hemos de regresar más adelante.
  Vuelvo al análisis histórico. La obra historiográfica y la ensayística en general de Joel están encaminadas a destacar la altura, la pertinencia y actualidad del pensamiento martiano. Profundizar en ese ideario, el de Martí, que fue síntesis de lo mejor ocurrido hasta entonces, y al mismo tiempo propuesta renovadora que impone una actualización permanente a partir de nuestras propias raíces, nuestro carácter y nuestras herencias culturales, era para él un imperativo. No negaba ningún vínculo ancestral, ninguna influencia posible venida de ideas avanzadas, porque la universalidad de su pensamiento no le permitía rechazo simplista, pero estaba seguro de que la fuente primigenia e imprescindible era ese pensamiento, cuyas propuestas sociales, en el entendido incluso de una república abarcadora e incluyente y de progreso para todos, eran el camino inmediato e insoslayable.
  En un texto que podría considerarse de “inmediatez“, un llamado de urgencia, como Vergüenza contra dinero, se aprecia, entre otras cosas, el reclamo de una vuelta atrás, pero evolutiva, aunque parezca lo contrario; vuelta al origen, al de la Revolución, que implica una vuelta al pensamiento independentista del siglo XIX,  en particular, al pensamiento martiano y a su proyecto de república. Dicho de otra manera, esa vuelta atrás no es tal, es simplemente una propuesta restauradora. En algún momento de este ensayo, refiriéndose al proyecto socialista, afirma que el riesgo no está en el hecho de que haya capitalistas en Cuba, eso podría verse como fenómeno inevitable y hasta beneficioso, si  partimos del criterio de una país con todos y para el bien de todos. Especialmente si atendemos al hecho de que el criterio de igualdad había devenido en  odioso igualitarismo, tan perjudicial como las grandes inequidades que genera el capitalismo salvaje. Dice entonces que el riesgo no consiste en que existan esos capitalistas, sino en que coincidan con los políticos, es decir, que los políticos y sus familias sean los propios capitalistas. (Vergüenza… pág. 37 de la edición mexicana). Se desprende de esta afirmación o reclamo la necesidad de conservar la transparencia de la clase política, es decir, que el servidor público no se contamine con los factores que puedan conducirlo a la corrupción y el alejamiento de sus legítimas obligaciones. También aquí encontramos un acercamiento al pensamiento martiano. Sería lamentable que los servidores públicos se volvieran capitalistas, burgueses; en el caso específico de Cuba, eso sería equivalente a lo que ocurre con frecuencia en el concierto de nuestras naciones donde el servicio público es negocio en sí.
  Extraña y reclama Joel en este ensayo la desaparición o debilitamiento paulatino del sentido solidario que se impuso con el triunfo revolucionario, que de alguna manera es una característica inherentes de la cubanidad, pero con la Revolución se elevó a un grado muy alto. Quienes hagan una lectura simplista de esta observación podrían ver dogma o esquematismo, pero lejos de eso, quienes le conocimos de cerca sabemos que, al menos en términos políticos, este hombre huyó siempre de todo cuanto pareciera dogmático. A mi entender ese espíritu solidario se convirtió en verdadera hazaña, que hubiese sido colosal de no haber aparecido el elemento discriminatorio y divisionista por razones de ideología. De manera que ni contradictorio ni stalinista ni dogmático como querrían ver desde otros posiciones conceptuales; hubo un aviso al hecho de que se estuviera deteriorando el principio de solidaridad, que probablemente es definitorio de un proceso revolucionario.
    Afirmo entonces que la visión de Joel James como historiador y como ensayista, probablemente como etnólogo y como narrador, se diferencia o se singulariza en el hecho de que su pensamiento está vinculado con la acción. Ubicado siempre como un ente participante, activo en la transformación de la sociedad hacia niveles más altos de desarrollo de la condición humana. Buscó esos puntos referenciales que a lo largo de la historia, desde los días del dominio colonial, iluminaron el camino hacia una cultura y una soberanía dignificante, capaz de enaltecer la condición del Ser cubano. Estamos hablando entonces de un pensamiento que está más allá de una vocación historiográfica, hablamos de un filósofo, que quiso encontrar los puntos comunicantes entre la praxis social y las definiciones teóricas y categoriales que les determinan. Aún más, una mirada profunda a sus textos ensayísticos, e incluso a su narrativa, y encontraremos acercamientos a los asuntos primigenios de la filosofía universalmente vistos, como son aquéllos que se relacionan con el ser y la conciencia, con lo existencial, lo registrable y lo intuido o lo no perceptible a través de los sentidos. A esto dedicaré el próximo capítulo.


II.- El filósofo 
Quien conoció a Joel cercanamente puede dar fe de su vocación y su autoformación filosófica; el pensamiento abstracto lo atrajo y fue siempre componente de su discurso en todos los ángulos del ejerció intelectual. Hasta en su habitual costumbre de hacer bromas complejas a sus allegados solía darle cause a esa vocación, que indudablemente era parte esencial de su estructura de pensamiento. En la ensayística que acabo de referir está presente esa conceptualización de profunda raigambre filosófica, que solía aplicar aún cuando de describir fenómenos se tratase.
  Cuando Joel se acerca al pensamiento martiano lo hace con la visión del filósofo; busca más allá de lo que para un lector común podría estar en el plano de explícito; hurga en lo sugerido y tal vez lo aspirado por Martí y, por tanto, no bien comprendido por aquellos que se ajustan el texto literalmente visto. Léanse con detenimiento sus observaciones al diario de campaña, por sólo poner un ejemplo incuestionable, pensemos en Martí en su dimensión única. Si revisamos las incontables citas martianas en las que apoya buena parte de sus trabajos teóricos, veremos cómo, de igual manera, intenta encontrar lo que hay de filosofía o de trascendencia conceptual en el ideario del héroe nacional. Probablemente allí podemos encontrar lo esencial  del pensamiento de Joel en lo referente a la nacionalidad y la soberanía. Claro que no suele hacer grandes distinciones entre nación y nacionalidad, tal vez porque por sus características de isla, Cuba, sin mucha diversidad poblacional, puede que existan coincidencias especiales entre ambas cosas, aun cuando son términos diferentes.
  Sin embargo, aunque parezca distante esta conceptualización que parte de la obra martiana, está perfectamente relacionada con otro aspecto fundamental de sus estudios, es decir, con ese acercamiento filosófico, que también fue, desde luego etnográfico, a la raíz negra de la cultura cubana. Quiero pensar que no existe en Cuba una aproximación filosófica al mundo de los sistemas mágico religiosos como la alcanzada  por él. Podría alguien preguntarse dónde está el vínculo de esta arista con lo que entendió del pensamiento martiano; para no ir más lejos, antes de entrar en esta última parte, me atrevo a afirmar que la relación es enorme si de búsqueda de la identidad y la soberanía se trata.
  Joel no fue un simple estudioso u observador de las culturas africanas en su inserción o en la configuración más amplia de la cultura cubana, no realizó estudios de exploración a distancia, no a partir de referencias bibliográficas, aunque éstas estuviesen incluidas; su acercamiento fue natural, se metió dentro, convivió y se dispuso a descifrar la cosmovisión de aquéllas, a partir de una entrega sensorial y perceptiva de la naturaleza de los sistemas mágico-religiosos. No parece haber otro modo de penetrar lo que hay de filosofía en estas expresiones de la cultura o culturas en sí mismas, sin esa adhesión, sin esa entrega, que no sólo exige curiosidad, sabiduría y pericia intelectual; necesita inserción desde los más diversos y profundos ángulos de la convivencia y participación de ese universo de creencias, abstracciones, entrega y fe.
   En estos días he podido leer una breve entrevista que le hicieron a María Nelsa Trincado poco antes de morir. Dice ella que Joel “no creía ni en su madre”, que era un escéptico. Se refería María Nelsa, sin lugar a dudas, a corrientes de pensamiento, escuelas y presupuestos filosóficos establecidos, porque en el orden de aquello que tiene que ver con un posible universo extrasensorial, Joel nunca fue un escéptico. No dudo que en su vida cotidiana quisiera aparentar escepticismo, que en cierto sentido, o en cierta definición del término era, porque su formación científica lo inducía a la duda, pero fue siempre un hombre de fe, la necesitó como al aire que llevaba a sus pulmones. Justamente ese acto de fe le permitió penetrar el complejo mundo de esos sistemas de origen africano y no quedarse en las dimensiones de sus estructuras, sus mitos y sus rituales, sino en aquellas magnitudes que los explican desde el ángulo de su filosofía. Ángulo que probablemente no está al alcance de la mayoría de sus practicantes.
  Quienes hayan leído los trabajos de Joel sobre estas etnias, salidos casi siempre de su convivencia con las comunidades que conservan con más “pureza” los fundamentos ancestrales de sus culturas, traídas a esta región del mundo por sus antepasados  a bordo de los barcos trateros, pueden dar fe de la profundidad de ese análisis, que lejos de la descripción, busca l esencial del comportamiento y las peculiaridades filosóficas que les caracterizan. La Gran Nganga, por ejemplo, es un ensayo ilustrativo de lo que acabamos de afirmar. El autor logra penetrar las más complejas abstracciones existenciales y dimensionales que rigen o que son fundamento de la cosmovisión del grupo de los paleros (regla conga).
  Se trata de un insuperable análisis de la filosofía que entraña este sistema mágico-religioso. Hay sin dudas una develación de las características míticas de los paleros, sus reglas y estructuras, pero se destacan los presupuestos filosóficos que definen las dimensiones del bien y el mal en sus relaciones dialécticas, la vida y la muerte, el vínculo interminable entre pasado presente, en el entendido de que el pasado puede ser también presente, a partir de una presencia inextinguible que se transmite y se eterniza. El vínculo incestuoso que tiene una naturaleza religiosa, desde donde puede proceder la dimensión diabólica (el mal) tiene un alcance muy alto en esa cosmogonía, según se aprecia en este texto de Joel James. 
  Volviendo  al punto en que hemos referido esa interrelación dialéctica entre la vida y la muerte, puedo entender que hay entre los paleros magnitudes peculiares que definen esa relación, que de alguna manera está presente casi en todas las culturas ancestrales, sólo que aquí la relación de los vivos con los muertos parece estar predestinada a un vínculo orgánico y complementario, como tal vez no ocurra en otras magnitudes míticas conocidas.
  Me he detenido en este punto, porque Joel pareciera haberle prestado especial atención a este punto crucial de la cosmogonía palera, que con matices más o menos cercana, se expresa en otros de los sistemas mágico-religiosos presentes en Cuba. Este asunto  de la vida y la muerte, que ha estado presente en todas las civilizaciones, todas las culturas  y todos los individuos, en el entendido de que la muerte parece ser la gran alienación común, en cada concreción humana, por llamarle de este modo, parece tener un sentido particular y en consecuencia diferente y, aparentemente nuevo.
   Joel estuvo, si no toda la vida, buena parte de ella, obsesionado por la muerte. Nunca le temió a la suya, lo muestra el fin prematuro al que pareció dirigirse, tal vez inconscientemente. Cabría preguntare ¿Por qué  un hombre que vivió con intensidad y que de forma diversa le cantó a la vida, de pronto la viera con cierto desprecio? Puede que no la buscara conscientemente, ya he dicho, pero no quiso o no pudo evitarla. Se desprende de aquí el alto grado de tristeza, decepción y desesperanza que se fue apoderando de él. Lo que no deja dudas es que le aterraba la ausencia posible de los seres queridos; no se sintió nunca preparado para esas partidas, que entre otras cosas, devela un lacerante sentido de soledad que siempre lo acompañó. De manera que la muerte del otro era, al mismo tiempo, un espacio vacío que hería y acentuaba esa sensación de soledad, a la que temió y su sufrió. Tal vez esto explica, y con amplitud, el hecho de que siempre estuviese buscando compañía.
   Se empeñó en penetrar esas cosmogonías en su definición del paso de la vida a la muerte, porque lo inquietaba particularmente el posible sitio y circunstancia, que pueden estar del otro lado de lo existencialmente registrable por los mortales; en lo que podría significar una posible continuidad más allá de lo sensorial y lo asequible. Durante muchos años  Joel se sintió acompañado por los muertos y esa sensación que arrastraba como un martirio lo llevó también a buscar su naturaleza o explicaciones extrasensoriales. Queda claro entonces que, aunque era un hombre eternamente impulsado por su insaciable necesidad de conocimiento, había, además,  en él, la urgencia de encontrar una verdad, otra verdad, que podía estar en diferentes dimensiones entendidas como ocultas.
    Este acercamiento a lo desconocido, sin despojarse de la visión científica, tenía un plano extra, un camino más o menos íntimo, personalísimo, en el que buscaba respuestas a sus intuiciones, sus hallazgos y sus necesidades existenciales. Lo que afirmo no parte sólo de mis conversaciones sostenidas con él durante años, se puede percibir con claridad en  esta obra de años dedicada al fenómeno afro en la cultura cubana, aunque la trasciende; la encontramos en buena parte de su narrativa, donde no sólo aparece con frecuencia la muerte y sus misterios, también vemos un modo peculiar de enfocar filosóficamente ese mundo tan inasible como mágico e infinito. Su novela Semejante al amor, es la mejor confirmación de lo que digo. El propio título entraña ya este criterio, porque semejante al amor es la muerte. Su personaje muere con una sonrisa semejante a la muerte, pero en el tratamiento literario esa muerte es, pero al mismo tiempo no lo es; se repite y vuelve en el tiempo al origen, porque el tiempo, esa categoría contradictoria o inexacta a veces para el hombre, es también preocupación para Joel. Ese tiempo que por un lado es infinito y por otro tiene la implacable finitud de la existencia de cada individuo. En esta novela el autor trata de recrear esas magnitudes filosóficas que se dan en el trascendentalismo existencial que va de lo material a lo divino, de lo cotidiano a lo ancestral, de la vida a la muerte. Pero hay que destacar esa forma peculiar de recrear el criterio relativo que en torno a la muerte se ofrece como esencial en esa cosmovisión en la que ni la vida ni la muerte son definitivas.
  En una paráfrasis filosófica que considero de envergadura, puede leerse:
     Acercar las cosas, unirlas, relacionarlas, es una forma de darles vida aunque no sea la vida
     que conocen los vivos, pues la vida solo (sic)  existe en vinculación con lo que sea distinto
     o exterior a uno…  (ver pag. 32)       
            
  Y en otro momento dice:
     …y cada muerte la ha sentido de una manera distinta,
     que no hay dos muertes iguales, y la gente se diferencia
     en la muerte más aún de lo que pudiera diferenciarse en la vida.      
      (Ver pag 35)  
   Se reafirma aquí que la muerte no es definitiva, ni es el fin mismo, pues contrario a lo que puede pensarse, “nos hay dos muertes iguales”. Se afirma que hay más diferencia que la que puede observarse en la vida. De esta afirmación se infiere que la vida continúa en la muerte, que no es definitivamente muerte, sino transición o paso a otra dimensión de la vida.
Esta novela de Joel que está emparentada con lo mejor que conocemos del realismo mágico, colmada de propuestas filosóficas, concebidas a partir de ese mundo efectivamente maravilloso que está en la cosmovisión de esos hombres que viven en una pequeña comunidad, donde lo único excepcional y trascendente se encuentra precisamente en su singular visión del mundo, en una cosmogonía que los libera de la inmediatez y de la finitud del tiempo para insertarlos en un tiempo que viene y va, se repite y se multiplica; donde la vida es más fantasía, alucinación o metáfora que vida misma y la muerte parece más apariencia que ausencia de la vida. Por eso dice el narrador:

   …porque antes del miedo frente a lo que veían fue la sorpresa de lo desconocido,
   de lo no imaginado, de lo no visto y lo no visto sólo se puede mirar como  lo miraron
  ellos entonces, con los ojos de animal, inmóviles, incapaces de ver más allá de lo que
   justamente veían, de simples apariencias de las cosas precisamente vistas, y precisamente
  por ello ciegos, por lo mismo que ven, hacia lo que realmente ven; y esa mirada fue en ellos
  hasta que lo no visto se convirtió en ámbito… (ver pág. 35)

  Y más adelante, en la página 36 puede leerse, ante la muerte de la joven suicida, la siguiente reflexión:

    …un asombro distinto, que no es hacia Graciela, sino que es de cada uno de ellos hacia el otro,
   una sorpresa que distancia y diferencia, pero al mismo tiempo junta y confunde. Nicolás que es
  capaz de ver en el fondo de la muerte de Graciela la continuidad de la vida, no se ha percatado
  todavía del asombro abierto con la profundidad de lo desconcertante…

La educación cristiana de Joel, que en la infancia recibió de primera mano, quizá le dio la certeza de que el universo de las percepciones del cristianismo no alcanzaban las complejidades de de esta cosmogonía casi impenetrable, por lo menos inagotable. Eso explica su presencia dominante, como creencias, y su alcance en la identidad nacional, en la cubanidad. Frente a los sistemas mágico-religiosos de origen afro, tal vez, la  liturgia cristina se volvió referencia mística de poco calado. Joel entendió como pocos que no había acercamiento posible a la cultura cubana sin la comprensión cabal del universo filosófico que sustentan esas culturas.
  Buscó en la historia, en los hilos conductores del pensamiento cubano y en el comportamiento de su cultura, en particular de la cultura popular, los elementos que nos definen como nacionalidad y que legitima la nación en su vínculo con el universo; de ahí su diversidad conceptual, su eclecticismo, la amplitud de su visión. Supo que Martí podía ser la  síntesis más acabada de la cultura cubana hasta el siglo XIX, en su relación con la independencia, pero entendió también que no terminaba allí, no escapó a su percepción la magnitud visionaria del héroe nacional. En consecuencia dedicó una parte fundamental de sus estudios históricos a encontrar y explicar su actualidad y la continuidad histórica de su pensamiento. Sin embargo, tampoco escapó a su mirada el hecho de que ese pensamiento independentista, lúcido, de vanguardia, definitorio de la cubanidad, necesitaba verse no al margen del complemento orgánico que implica, en su amplitud, la comprensión cabal de la cultura popular, donde se expresa la esencia misma del Ser cubano.

 III.- Joel y la cultura popular
  
 La frase que aparece como una especie de slogan de la Casa del Caribe define perfectamente la importancia que Joel le confirió a la cultura popular: “Mientras exista cultura popular tradicional en la articulación entre grupos portadores y comunidades, la patria cubana continuará existiendo”. Esta idea de Joel no sólo implica claridad sobre el peligro que puede asechar a la patria, vista ahora como soberanía. Ese peligro es real y tiene varias aristas o flancos por donde puede ser lesionada. En el terreno internacional, ya sabemos que Cuba ha sido apetecida desde los primeros tiempos de la colonia por potencias externas. No hay que dudar que ese ojo expansivo y dominador sigue atento, vigilante y con las mismas apetencias habidas desde que el colonizador puso sus pies en tierras americanas. Pero no escapaban a la pupila de Joel las peculiaridades del mundo que vivimos. Más allá de las relaciones políticas hostiles que se dan frente a la Revolución, la globalización tiene un rostro oculto y amenazador. Nadie puede ignorar el alcance benéfico, digamos, de la globalización, en el terreno de las comunicaciones; benéfico, edificante e imprescindible para la modernidad, pero detrás de ésta y otras ventajas, existe un enorme peligro que empieza por la pulverización del tejido social, entendido en su particularidad como el desmembramiento de los factores culturales que representan la identidad de los pueblos. En esto justamente estriba la estrategia de los grandes grupos de poder. En consecuencia, desde esos niveles de control globalizado el punto a golpear es precisamente la cultura, en particular la cultura popular por todo cuanto incide, es parte fundamental de la identidad. El hombre aislado, individualizado en todo lo posible y controlado por mecanismos financieros es el objetivo y, desde luego, el golpe mortal a la independencia y la soberanía. Para Joel ese peligro estaba muy claro y por eso su justa valoración del papel de la cultura en la preservación de la soberanía, toda vez que la cultura popular, podemos verla como la expresión más alta de la conciencia colectiva.
   Pero Joel avizoraba de manera particular, y con mucha preocupación, el peligro interno. Su atención hacia los asuntos económicos del país, expresados con toda claridad en Vergüenza contra dinero, no están divorciados, en modo alguno, de su obsesión por la perdurabilidad de los elementos integradores de las comunidades, para lo que veía como determinantes la preservación sus valores y expresiones registradas en los grupos tradicionales y en las tradiciones mismas de aquéllas. Esa visión devela la agudeza de este hombre de pensamiento. Sabía perfectamente que la precariedad económica podía llegar a convertirse en la más devastadora forma de liquidación de valores y rasgos soberanos que se amparan en la unidad y, en consecuencia son factores de identidad. Si partimos de la idea de que “la miseria hace miserable”, esa precariedad puede llevar a las más hostiles prácticas de convivencia; al “borrón y cuenta nueva”, que significa alejarnos de los valores históricos y de los móviles sociales que se generan con la Revolución, entendida como el proceso histórico que comienza con las luchas independentistas. Llama la atención en su ensayo Vergüenza contra dinero, sobre factores de corrupción, nepotismo, oportunismo y otros males que parecían desterrados de la sociedad cubana y que empezaron a potenciarse con evidente pujanza.
  Por eso su llamado de alerta y su preocupación por mantener los elementos unificadores a nivel de la comunidad, como garantía de la soberanía nacional.
  Si echamos una mirada atrás veremos cómo la Revolución comenzó probablemente su revolución cultural con la campaña alfabetizadora, por todo lo que implicó en el terreno del conocimiento y de la inserción social del hombre marginado culturalmente en la historia y al entorno nacional. Se hicieron las escuelas de instructores de arte, que muy pronto empezaron a egresar a cientos y miles de jóvenes instructores que su primer descubrimiento fue a sí mismos, al tiempo que le permitieron a las comunidades descubrir sus potencialidades artísticas, cosa que no tiene poca significación. Pero desgraciadamente paralelo a esa hazaña, el propio proceso revolucionario empezó a generar de forma paradójica, acciones que lesionaron la cultura popular. El criterio de partir de cero, que se amplificó en la acción revolucionaria, entiéndase una voluntad unificadora de consecuencias nefastas, se arremetió y se borraron infinidad de expresiones tradicionales de las comunidades, muchas de ellas su origen religioso, como pueden ser las fiestas patronales. Inconscientemente, tal vez, se debilitó la unidad comunitaria. Aparejado al maltrato de esas manifestaciones y tradiciones, miles de jóvenes fueron sustraídos de sus comunidades de base y llevados a las grandes ciudades. No se entendió bien, al principio, la diferencia entre esas expresiones autóctonas, tradicionales, esenciales para las comunidades, y el factor recreativo. Como sustituto de aquéllas se implantaron carnavales o verbenas populares, que en la mayoría de los casos no tenían sujeción histórica ni raíz alguna en las comunidades. “Música” y cerveza remplazaron, en infinidad de casos, a las tradiciones y, aunque se quiera ignorar, fue un golpe brutal a las tradiciones.
  Joel James, quien tuvo siempre total claridad teórica sobre este espinoso asunto, pero comprendió que no era suficiente lo que dijera o escribiera, orquestó una enorme acción encaminada a rescatar, estimular y proteger la cultura popular. Además de su preocupación e interés intelectual por la zona del Caribe y su papel global en la cultura y la sociedad, se empeñó  en imprimirle a la Casa del Caribe, institución que fundó, el doble perfil consistente en la investigación, promoción e intercambio cultural con el resto del Caribe, y ese monumental trabajo que concibió y logró en torno a la cultura popular en el país. Aclaro que cuando hablo de cultura en singular me estoy adecuando el criterio de la cultura cubana, pero no debe de ignorarse que estamos hablando de culturas en plural, pues la cultura cubana tiene componentes de diversas culturas, muchas de ellas minoritarias y algunas olvidadas y marginadas en cierto momento. En el resto del continente son incontables las culturas que se registran en la mayoría de las naciones.
  El trabajo de Joel y su institución en lo referente al primer aspecto o perfil ha sido monumental, pero extraordinario ha  sido lo relacionado con la cultura popular. Desplegó un trabajo con su equipo encaminado a localizar esas comunidades y expresiones un tanto olvidadas y aisladas, algunas de ellas en las montañas de la región oriental del país. Mediante un sistemático trabajo de acercamiento, consiguió rescatarlas  del olvido.
  Indudablemente el Festival del Caribe, Fiesta del Fuego, ha sido una verdadera proeza histórica; el vehículo perfecto para propiciar el encuentro entre las dos vertientes que hemos referido y a éstas con el resto del mundo. El festival del Caribe, aunque la mayoría de los cubanos a veces lo  ignoran, y lo desconocen  autoridades vinculadas a la cultura, es el evento más grande y genuino de su tipo en toda la región. Ha sido un monumental esfuerzo que refleja su alcance en cada encuentro anual. Hace mucho tiempo desbordó el proyecto original y se ha extendido más allá del Caribe. El Festival les permitió a Joel y a la Casa del Caribe propiciar un encuentro único entre esas comunidades, esas particularidades expresivas,  y por consiguiente se les ha facilitado la tarea de apoyarlas, preservarlas y enriquecer su presencia en la cultura cubana.
  Hay que recordar que el Ministerio de Cultura, durante muchos años ha venido realizando una investigación concebida como Atlas del la Cultura Popular. Este proyecto sufrió muchas veces la desestimación de personalidades e instituciones culturales, pero lo cierto es que el trabajo de los investigadores fue enorme y los resultados en cuanto a información y valoración tienen un valor inconmensurable para la cultura cubana. Tuvo, sin embargo, este proyecto un defecto ajeno a sí mismo, defecto que es imputable al propio ministerio, pues los hallazgos, las actualizaciones propiciadas nunca contaron con un plan de acciones paralelas, encaminado a restaurar los daños encontrados, rescatar o revitalizar lo que era de rigor hacer.
  A diferencia de este panorama, la Casa del Caribe supo implementar acciones, ejecutadas sobre el rigor que les impone la ausencia de recursos para actuar en la práctica sobre lo que iban develando en cada caso. Esta hazaña merece atención nacional e internacional y un lugar prominente para Joel en la cultura cubana.  
   Pocas veces un intelectual logra realizar una obra teórica y de investigación, extensa como es el caso, y simultáneamente desarrollar una labor empírica como lo consiguió Joel James, por eso llevo diciendo desde su muerte, y lamentando el enorme vacío que le dejó a la cultura cubana y por qué no decir al Caribe y al mundo. Sería ingrato y falso desconocer el alcance universal de su obra, por lo que consiguió en el análisis de un fenómeno trascendente como es la presencia y el aporte que las etnias africanas trajeron al “nuevo mundo” y su vinculación con otras latitudes.
  Creo que el Caribe, más que una ubicación geográfica de interés estratégico, como han querido verlo algunos, sin desconocer sus riquezas, es una concreción cultural no repetida, acaso irrepetible en la historia del planeta. Una concreción que se fraguó entre enfrentamientos y convivencias de pueblos de los más diversos orígenes, lenguas, culturas y visión del mundo. En ello estriba probablemente su grandeza, porque tales diferencias fueron dando un Ser también diferente,  peculiar, propio de estas tierras.  En unan apretada síntesis podríamos ver a este Caribe como una civilización que se fragua en el sistema de plantaciones y cuyo ritmo y forma de existencia lo distingue del resto del mundo. Joel sintió el orgullo de ser caribeño, que aunque distante de sus ancestros, fue su cuna y su referente cultural, por eso dedicó su vida a desentrañar sus honduras y sus misterios, que también forman parte de ese Ser cubano y Caribeño.