martes, 7 de abril de 2015

DHANTE LOYOLA, LA PINTURA Y EL VUELO DE LA IMAGINACIÓN






Rafael Carralero



No siempre  talento y consagración coinciden felizmente en un artista, pero cuando ocurre, el resultado es garantía. Ninguna acción humana requiere tanto la unión de estas características como la creación artística y literaria, que es lo mismo, aunque me veo forzado a hacer la distinción, por aquello de la costumbre de hacer la separación. Un creador, cualquiera que sea su especialidad artística, necesita talento, pero si éste es acompañado por la consagración, estamos entonces frente a una potencialidad cuyo vuelo está garantizado. Dhante  Loyola cuenta con ambas condiciones. Vehemente como pocos, este pintor, todavía joven, le ha faltado un solo ingrediente necesario para estar en las alturas: la suerte. Este factor que muchos ignoran resulta crucial para los creadores, por eso es común escuchar entre nosotros la frase lapidaria: talento y fama  pocas veces coinciden.

  Dhante es un artista cuya consagración y virtudes creativas lo hacen acreedor de una obra extensa, que forma parte de muchas colecciones y engalana  paredes por todas partes, pero le ha faltado un poco de suerte y cierta capacidad de autopromoción, como nos ocurre a muchos. Por eso, tal vez,  su nombre no pulula en los medios de comunicación, en las revistas de curiosidades y en las exhibiciones comerciales. Pero este hombre cuenta con decenas de exposiciones en lugares importantes de México y el extranjero, ha estado presente en grande eventos internacionales, como puede ser La Fiesta del Fuego, digamos. Ha sido protagonista y organizador de acciones plásticas por todas partes. Lo más importante, sin embargo, es que tiene una obra amplia, hermosa, que hace mucho tiempo pasó por lo experimental para consolidarse como estilo propio. Adueñado de ese estilo, Dhante se mueve entre lo figurativo y lo abstracto, la mujer es tema recurrente, el desnudo, que ha sido motivo a lo largo de los siglos, es trabajado por este artista con peculiar acierto, con verdadero encanto, un desnudo estético, lleno de ternura, donde lo erótico aflora, pero se trata de un erotismo y una sensualidad concebida desde una óptica estética de magnitudes y una sensibilidad que engrandece el asunto tratado.

 Otras de las virtudes de la obra de este artista son el dominio del color, la línea, las proporciones, la perfección con que los cuerpos son concebidos. Todo esto se concreta en armonía, que ha sido uno de los valores y propósitos estéticos de los grandes de todos los tiempos. La mesura, el cuidado en las pinceladas, el juego de los contrastes, la búsqueda de una metáfora que nunca se aleja de esa ternura peculiar y de una propuesta que a ratos pareciera lúdica, provocadora, insinuante y, al mismo tiempo contundente,; todo esto es parte de la magia creativa de este pintor humano, imaginativo y sencillo.

  Quienes hemos seguido a Dhante somos testigos de una obra que trasciende y se finca en la mejor herencia de la plástica de todos los tiempos.


HEREDIA, UN ADELANTADO QUE HIZO PATRIA






Rafael Carralero



José María Heredia, uno de los grandes  del siglo XIX en esta región del mundo, se encuentra entre el olvido y la desestimación. Uno se pregunta ¿cómo ha podido ser? Algunos lo dicen, otros lo ignoran, algunos prefieren mantener su imagen en el olvido, porque fue un combativo crítico de su época, pero su pensamiento adquiere cada vez mayor vigencia. 


Heredia fue, el primero de los poetas románticos de la lengua española. Este sólo hecho bastaría para que, en rigor, su figura fuera estudiada desde que los niños de Hispanoamérica comienzan la primera enseñanza. Debía existir un centro dedicado al estudio y promoción de su obra, debieran existir cátedras heredianas en universidades de la región. Ocurre que Heredia fue una personalidad de ineludible referencia tanto en lo intelectual como en lo político. 


   En el Teocalli de Cholula, un poema de exaltación romántica, inspirador del romanticismo en México e iniciador en la lengua española, fue escrito por Heredia cuando tenía apenas 16 años (1819).  Es bueno recordar que este movimiento se impuso en España con las figuras de El Duque de Rivas, Zorrilla y Espronceda, luego de la muerte de Fernando VII en 1833. En esa fecha, Heredia estaba viviendo sus  últimos años de existencia y hacía 18 años que había concebido el poema que dio origen al movimiento en nuestra lengua.


  Otra cosa es Heredia político, patriota, anticolonialista y crítico agudo de la realidad del continente, una crítica visionaria, propia de un adelantado como fue desde su más temprana edad. Estos aspectos  también merecen una mirada,  un homenaje de recordación permanente. Los cubanos y mexicanos estamos siempre convocados a ese homenaje, porque Heredia fue figura clave para la cultura de ambas naciones. Lo que podría ser válido para el subcontinente, pues nunca su mirada dejó  de estar pendiente de lo que en otras partes ocurría, especialmente en Venezuela, donde vivió parte de su niñez y adolescencia. 


  Heredia nació en Santiago de Cuba en 1803 y murió en México en 1839. Salió de Cuba a muy temprana edad.  Después del Periplo que lo llevó como parte de la Familia por Dominicana, Venezuela Y Pensacola, le tocó su primer momento en México, también como parte de la familia, pues su padre, José Francisco Heredia  era un abogado funcionario de la corona española. En este momento inicial escribió En el Teocalli de Cholula, poema al que ya hicimos referencia.  


  A la muerte de su padre, Heredia viaja a Cuba, una estancia breve le sirve para hacer sus estudios de abogado, vincularse  especialmente con la intelectualidad habanera y matancera, se relaciona con las ideas independentistas y, en consecuencia se vincula con la conspiración Soles y Rayos de Bolivar, lo que le obliga al destierro en Nueva York donde se dedica a la docencia. Estando en aquella ciudad, recibe una carta de Guadalupe Victoria, quien lo invita a venir a México.


  En su viaje a México logra divisar las costas de Cuba, la Isla es obsesión para el cantor del Niágara, escribe entonces El himno del desterrado, que define con claridad el alcance patriótico de este hombre que a no dudar es el poeta de la nacionalidad cubana. Cerca que Guadalupe Victoria, como oficial de la secretaría de asuntos exteriores, vivirá los mejores momentos de su vida, si de tranquilidad y bienestar material se trata. En tales circunstancias conocerá a Santa Anna, de quien llegó a ser secretario  para terminar siendo su más encarnizado crítico y víctima.  


   Atrapado por ciertos males pulmonares, que más tarde lo llevarán a la tuberculosis, Heredia se traslada a Toluca, donde funcionó como primer director oficial del Instituto Literario, que luego sería la Universidad Autónoma del Estado. Fue diputado, editó varios periódicos y revistas, tuvo una participación activa dentro de la masonería de los York y mantuvo una actividad creativa importante, entre la que se destaca su epistolario crítico, combativo y progresista. Desde allí escribió el primer reglamento y programa para la primera escuela indigenista de América.


  A lo largo de su corta edad, Heredia lleva como una espina el asunto de la independencia de Cuba, no acepta el dominio colonial que le parece ignominia contra su pueblo. Estando en Nueva York en 1825 dejó patente en sus versos su agonía y dolor, escribió la Oda patriótica, donde expresa su rabia y hace un reclamo a los cubanos, pues a partir de la invasión napoleónica a España, las colonias de Hispanoamérica van conquistando su soberanía, no así Cuba, que tendrá que esperar casi un siglo después. Dice Heredia entonces, y cito algunos versos:  


   ¡Cuba! ¡Cuba! ¿Y tú callas? ¡Ay!

   Esperas a que el torrente atroz de la conquista

   Ruede sangriento sobre ti? …

  ¡Álzate! ¿Oh Cuba!

   Y con tu independencia, generosa

   Abre la senda a tu poder y gloria…



El Himno del desterrado es también un reclamo de nostalgia y un canto libertario, cito  dos de sus cuartetos:


  ¿Cuba! Al fin te verás libre y pura

  Como el aire de luz que respiras,

  Cual las ondas hirvientes que miras

  De tus playas la arena besar.

  Aunque viles traidores le sirvan,

  Del tirano es inútil la saña,

  Que no en vano entre Cuba y España

  Tiende inmenso sus olas el mar…


Este poema escrito en 1825, marca, sin dudas, la radicalización de Heredia.  Indiscutible el hecho de que es el gran poeta de la nacionalidad cubana. Parece confirmarlo Martí, cuando poco más de medio siglo después, le llamara el maestro y lo ve como el gran símbolo de la identidad cubana. No sin razón, lo llamó también el poeta de América, porque tal vez fue Heredia el primero de los poetas que reclamó la soberanía de las naciones del subcontinente. 
 

   Vale destacar que Martí nació cincuenta años después de Heredia (1853), fue, probablemente, el hombre más ilustre del siglo XIX y un revolucionario vertical, preclaro. Para él, Heredia fue una referencia lírica y patriótica que lo inspiraba. Son innumerables las coincidencias entre estos dos hombres, cuya universalidad no fue obstáculo para que llevaran sobre su pensamiento y acciones la prioridad incuestionable de ver libre a su patria, aún cuando ambos sufrieron el destierro y la mayor parte de su vida la vivieses separados de la tierra que les vio nacer.


  En México son muchos los actos, discursos y artículos que sitúan a Heredia como defensor a ultranza de la soberanía, el adecentamiento de la gestión política y en contra de la corrupción, el autoritarismo y la desunión nacional. Los males que observaba en México los podía constatar en la mayoría de las naciones nuevas de la región, las luchas y guerras intestinas, fratricidas, lo fueron alarmando. En 1833 se opuso a que le otorgara la condición de benemérito de la patria a un grupo de generales encabezado por el entonces presidente Antonio López de Santa Anna, lo que significó una especie de suicidio que lo llevó a la miseria. 

Dijo Heredia entonces que:   


    Una dolorosa experiencia en la historia contemporánea de América Latina

    […] debiera convencernos de que estos honores sólo pueden concederlos,

     de modo irrevocable y seguro, el juicio imparcial de la posteridad. Muchos

     caudillos , que recibieron en vida apoteosis por haber precedido la libertad

     de su patria, embriagados luego en la copa de poder y trastornados por el

    incienso de la adulación, han marchitado sus laureles con atentar a las 

    libertades públicas, e intentando reivindicar como una herencia

    el despotismo que destruyeron.    



Lapidarias estas palabras de Heredia, había conocido de cerca a Santa Anna, conocía el rumbo que estaba tomando México después de su independencia y sabía también lo que estaba ocurriendo en otras naciones de la región. Aceptemos que etas palabras suelen tener total vigencia, una vigencia que ha venido dándose en múltiples procesos, no sólo en América Latina. Los héroes de ayer se convierten en flagelos ahora para sus pueblos. La corrupción que creció de aquella raíz que angustiaba a Heredia y se ha vuelvo árbol enorme, por no decir bosque de espinas.


   La decepción y la tristeza se fueron apoderando del espíritu de Heredia y el cuerpo enfermo acompañó el declive definitivo. La pobreza, la muerte de algunos de sus hijos y la nostalgia por la ausencia de ciertos seres queridos y de su patria natal lo fueron llevando a la muerte, luego a una fosa común desconocida y con el tiempo cierto a olvido injusto y lamentable.


    Poeta, dramaturgo, ensayista, periodista, académico, jurista y animador cultural son algunas de las características de este hombre que se acercó a la política para cambiar las cosas, pero resultó aplastado por el poder y desecho por la decepción y la nostalgia. Hombre grande, inteligencia superior que le permitía traducir a los clásicos latinos a los siete años, Heredia sigue siendo bandera para los que todavía confiamos en una sociedad más justa.