Rafael Carralero
La abrumadora mayoría de la población
suele ignorar la complejidad del mundo que vivimos. Oyen y repiten el hecho de
que son tiempos difíciles, pocos saben
por qué, a muchos no les importan las razones y hasta se sienten
abrumados cuando escuchan hablar del asunto. Lo lamentable es que la mayoría de
esos que hacen gestos de cansancio cuando
del tema se trata, son víctimas directas o indirectas de lo que ocurre en el
planeta.
Asombra cuando uno ve en Facebook, digamos, la cantidad de “analistas
políticos” que afloran cada día. Internet es un fenómeno tan imprescindible,
asombroso y útil, como receptor de toda clase de expresiones, contactos y frivolidades que van y vienen por
las redes e invaden el planeta sin el menor escrúpulo. Vale la magnitud
democrática y la utilidad de internet, pero es agotador y triste percibir la banalidad
endemoniada que se exhibe en esas páginas, por poner un ejemplo. Frivolidad,
desinformación, aventurerismo y parloteo
sin rigor vemos constantemente. Ocurre que la libertad de decir, cosa
buena, por cierto, hace que muchos pierdan sentido del rigor y se aventuren a
decir lo que se le ofrezca sin tener en cuenta que están tomando partido sobre
lo que muchas veces ignoran perfectamente.
Uno puede quedar verdaderamente anonadado cuando se encuentra juicios
políticos e históricos emitidos por personas que no conocen la política y menos
la historia. Desde esa “supina” ignorancia pretenden atrincherarse en las
posiciones ideológicas que les acomodan, pero nada de análisis; muchos
adjetivos y mucha aversión hacia lo que consideran la “acera de enfrente”, es
decir, sus contarios.
Es frecuente y lógico que las personas se
muevan entre las posiciones de izquierda o de derecha cuando de política o
ideología se trata, aunque en realidad muchos no acierten a saber qué es una u
otra cosa. Respetable los que asumen su posición con conciencia clara de lo
implica eso que defienden. Lamentable los que se sitúan con sus palabras y
acciones en tal o cual postura y se dicen neutros: “no soy ni una ni otra cosa”,
suelen moverse en el plano de la farsantería. El único modo de vivir sin
tendencia ideológica es no pensar, no opinar y no actuar en relación con la
política. Pero atacar siempre, cuestionar y ponderar las acciones de una
tendencia implica estar en la otra orilla, cualquiera que sea.
Lo que parece terrible es que haya personas, con suficiente instrucción
que enjuicien sin tener en cuenta el mundo en que viven e ignorando lo que está
ocurriendo a escala mundial. Si no pertenecen a las élites financieras o
políticas, que por lo regular se mueven en el mismo escenario ético, cómo es
posible ignorar que hoy día el enemigo común de los pueblos, de los millones de
desamparados que se ubican en todos los
confines de la tierra, son precisamente los grupos de poder; esos que se mueven
en la superestructura de los centros financieros y la política. ¿Puede ignorase
la barbaridad que representa el hecho de que la mitad de las riquezas del
planeta estén en manos de 1% de la población. Esas élites financieras
secuestran la democracia en su legítimo sentido. Dicho de otra manera, 85
personas del mundo están apropiados de la mitad de las riquezas o lo que es
igual, poseen el equivalente a lo que materialmente disponen 3500 millones de
personas en todo el mundo ¿Puede hablarse de democracia en una sociedad tan
aterradoramente desigual?. Visto desde otro ángulo, el 1% de las familias
acumulan el 46% de las riquezas planetarias. Cómo ignorar entonces que vivimos
un mundo de aberraciones sin precedentes y que marchamos a la versión
postmoderna de la esclavitud. Una esclavitud con otro rostro, entre otras cosas
con abundantes tarjetas de banco para pagar hasta la respiración y endeudarse
hasta la médula.
Esta desproporción, esta barbarie de la desigualdad es cosa que debía de
conocer toda persona que se sienta en capacidad de opinar sobre política,
ideología y poder. Lo contrario es ignorancia lastimosa. El neoliberalismo que
la humanidad ha venido sufriendo durante las últimas décadas es la causa
esencial del desastre, pero todavía tiene sus defensores conscientes y su
acólitos inconscientes, quienes (los últimos) sin saberlo arriman el hombre o
cierran los ojos para no ver esta “esquina” espantosa del desequilibrio en el
mundo. Son cómplices de esta
insostenible desigualdad y abandono. El neoliberalismo trajo la
desregularización, opacidad financiera, los paraísos fiscales y los cabalgantes
recortes a la inversión social. La concentración de los capitales ha llegado a
planos insospechados, el mundo se rige desde esos centros financieros. Desde la
élite parapetada detrás de los bancos, las corporaciones, los monopolios y con
la complicidad de grandes medios de comunicación y políticos de turno, se
domina buena parte del mundo; desde allí se toman las grandes decisiones y se
le dan giros insospechados a la rueda de la historia. (Escuchen a analistas
internacionales cuestionar y acusar de estupidez a los gobiernos que invierten
socialmente su capital, desobedeciendo los mandatos de la gran economía de
mercado). Este fenómeno de concentración de las riquezas, como es natural, ha
abierto hasta la desmesura, las distancias entre ricos y pobres. Es
incuestionable que toda economía controlada por el estado, monopolizada por
éste, se ha vuelto un desacierto, un fracaso. No se ha logrado echar andar esa
economía que supere al libre mercado, pero de lo que se trata es encontrar el
modo de evitar ambos extremos y encontrar equilibrio para regular la criminal
desigualdad.
Entre bambalinas esta élite, cada vez
más unida y estrecha, controla los grandes bandos, en particular el Bando
Mundial, con el Banco de Pagos Internacionales, lo que se ha llamado, el Banco
Central de los bancos centrales. No hace falta decir que allí está el poder
real, no en manos de los políticos, como suelen suponer muchos. Desde allí se
controlan los rumbos de las economías nacionales en alta medida.
El triste papel de buena parte de los políticos supuestamente más
poderosos del planeta consiste en parecer que son sin serlo. Incluso
publicaciones que manejan imágenes y frivolidades entorno a las personalidades,
suelen señalar al presidente de Estados Unidos como la persona más poderosa del
planeta, en eso coinciden muchos analistas, pero tal apreciación es falsa; por
encima están los grupos financieros, que acotan, mueven rumbos y ponen límites.
Una cosa es analizar las peculiaridades de tal o cual país o región y
otra atrincherarse en tendencias ideológicas que finalmente coinciden con los
intereses de este flagelo de la humanidad. ¿Es posible ignorar que en el mundo
más de 2500 millones de personas viven
en el umbral de la pobreza extrema, es decir, viven sin protecciones sociales y
con un promedio de 1.25 dólares al día?
Ignorar el desastre de esta parte olvidada de la población mundial,
especialmente la explotación y saqueo simultáneo que viven regiones como África,
es una complicidad cruel, aunque se haga por ignorancia. No es posible ignorar,
digamos, que hoy Europa está en alerta y en acciones al mismo tiempo, para
impedir las migraciones de africanos, que huyen de su tierra, desesperados,
porque justamente sus países fueron saqueados perversamente por esa Europa
ahora xenofóbica y excluyente.
Dentro de este panorama global, llama la
atención la labor que realizan los “cazadores” de los defectos de la izquierda,
que por cierto, son muchos esos defectos y deficiencias, a veces agobiantes y
tan deleznables como los cometidos por sus adversarios, pero los maniacos “pescadores” de las
inconsecuencias de la izquierdistas, que suelen creerse paladines de la
justicia, nunca se detienen a mirar a su derecha. A través de los medios
convencionales de información o por internet se ocupan de subrayar con fuego,
los posibles desmanes de los hombres y los gobiernos de izquierda. Forman
algarabía si un ciudadano recibe una patada o un periodista es censurado en
territorios gobernados por la izquierda. Está bien que se critique el mínimo
error de de aquéllos, y se cuestione cualquier abuso contra un ciudadano. La
izquierda de verdad no puede ser represiva ni excluyente, no estamos en los
tiempos en que el “fin justifica los medios”, ese es un comodín para limpiar
imágenes. Violencia con violencia no puede estar en la filosofía de la
izquierda, porque ese “cartucho”, esa consigna está quemada hace mucho rato. El
viejo concepto de que la guerra es necesaria para hacer la paz, asunto abordado
ya por platón y punto de partida para que luego se hablara de la violencia
revolucionaria para enfrentar la violencia represiva o dominante, es también un
asunto que ha empezado verse de otra manera, porque a estas alturas de la
historia la izquierda tiene que ser respetuosa de los derechos humanos
esenciales o deja de serlo. He oído decir recientemente, que las revoluciones
no son jardines donde anidan las mariposas. Al menos es equivalente lo que digo
o lo que he leído, cosa dicha para justificar errores revolucionarios o
izquierdistas. Se ha pretendido explicar
excesos con la idea de que las revoluciones son procesos en los que el enfrentamiento conlleva tales excesos y
posibles abusos. Falso, las revoluciones se justifican solamente cuando las
multitudes viven mejor, sin miedos, sin represión, sin excesos y sin
exclusiones. Es así, aunque muchos pensarán que es una ingenuidad pensar en
cambios profundos sin enfrentamientos grandes. Pero ese es el verdadero papel de
la izquierda y no se puede dejar de lado cuando se llega al poder.
Pero lo que sí queda claro es que muchos de
esos personajes que he venido tipificando
ignoran la presión que se ejerce sobre toda opción de izquierda en un mundo dominado por
una derecha todopoderosa y agresiva en sus mecanismos, aun cuando puedan
parecer pacíficos y civilizados. No veo que la mirada de aquellos se vuelva
sobre horrores como el de África,
digamos, donde los niños mueren como moscas fulminados por el hambre y las
enfermedades. ¿No implicará tal omisión una canallesca complicidad? Será bueno
preguntarse también ¿Cuáles son las causas de ese olvido, de esa miseria? ¿Alguien
sería capaz de atribuirlo a la izquierda? Las legítimas ideas izquierdistas son
herederas de las que protagonizaron la
Revolución Francesa, un acontecimiento que sacudió al mundo y, pese a sus
quebrantos, fue la base no sólo del pensamiento liberal, sino el punto desde
donde se han conquistado las más grandes libertades y derechos de los hombres.
Desde las posiciones contrarias se hace
siempre un balance de las desgracias de la izquierda, que no son pocas, no
se reconoce ninguna de sus conquistas. Para aderezar esa visión se identifica a la izquierda con
el stalinismo o, lo que es casi lo mismo, con el Socialismo Real. Tal visión se
ha fraguado con efectividad por los grandes grupos de poder, es decir, la
médula de la derecha en el planeta. Pareciera, de pronto, que el mundo hubiese
sido invadido por los “marcianos” del stalinismo, mientras del otro lado, en la
otra orilla, los “justicieros defensores de las libertades occidentales”
hubieses estado protegiendo a la humanidad de sus agresores: es decir, el gran
capital monopolista, que finalmente encontró el momento apropiado para
apoderarse del mundo, es vendido como la generosa autodefensa que esperó la caída del Socialismo Real, para
reivindicar los derechos de los hombres de la tierra. Los infelices desinformados o los informados
no bien intencionados lo repiten a caja destemplada; “la caída del socialismo
fue la salvación del mundo”. Es
imposible defender la obra de Stalin, el Socialismo Real se envenenó con las
prácticas represivas y la corrupción que debió atacar desde su filosofía, pero
ahogó esa filosofía en acciones contrarias y no fue lo que esperaban los
olvidados de siempre.
El pensamiento izquierdista, que está más
allá de partidos políticos y de los
mismos políticos, ha conquistado los grandes cambios de conciencia, ha
combatido el conservadurismo retardatario tras el cual se esconden las ideas de
derecha. Conservadurismo es contrario al aborto necesario, a la igualdad de
género, al respeto de la voluntad homosexual, a la igualdad racial, étnica y de
clases. Alguien puede dudar que los avances obtenidos, por mencionar algunas de
las conquistas de los últimos tiempos, no son logros del pensamiento
progresista, de izquierda. Muchos de los cambios sociales alcanzados por
gobiernos de izquierda en la actualidad pretenden ser acallados, los grandes
medios de comunicación hacen todo lo posible por ocultar o disfamar a la
primera oportunidad. Se le acusa a la izquierda de estar estancada,
anquilosada, anticuada, podemos decir, y es válido para ciertas tendencias de
izquierda, pero tal afirmación generalizada es un absurdo y una infamia. Por qué
no observan con cuidado cuántos de los guerrilleros de ayer hoy encabezan los
destinos de sus pueblos desde las posiciones más democráticas y liberales,
por ejemplos, los presidentes de Brasil,
Uruguay (ejemplo también de honestidad y filosofía cambiante), Nicaragua, El
Salvador. ¿Se les ha ocurrido a los
detractores de la izquierda llevar a estadística los millones de olvidados de
siempre que han sido rescatados de la extrema pobreza? Es mejor detractar a
ciegas y mirar hacia los errores de la izquierda sin acudir a la historia y a
los hechos concretos. Remite a los datos concretos de lo que se ha logrado en
ese sentido en Ecuador, el antiguo emporio de los huasipungo.
Parece desacertado y perverso hacer tabla raza y desde los defectos, juzgar hechos histórico como fue, digamos, la
Revolución de Octubre, que dio por primera vez en la historia protagonismo
a la clase trabajadora, con
independencia de lo que luego fue el resultado de la acción de Stalin. El Socialismo
Real fue un fracaso como sistema porque desvió lo mejor del pensamiento
reivindicativo de la izquierda hacia un sistema totalitario y cerrado. Por sus errores
y desaciertos económicos y por su incapacidad de alzarse como una opción
definitiva para las multitudes. Ahogó en la ineficacia la esperanza de millones
de personas en el planeta. No respetó los derechos individuales como era
imprescindible y se llenó de inconformidades, nada de estas enumeraciones
parecen discutibles. No es posible negar
el culto a la personalidad y el autoritarismo que se ha impuesto desde
las trincheras del socialismo, pero eso no puede implicar desconocimiento de
las conquistas múltiples en beneficio de los desposeídos de la tierra. Justamente,
porque en el origen de todos los proyectos del socialismo hubo una vocación y
una acción de izquierda, revolucionaria, cualquiera que haya sido el final.
Final injustificable, pero satanizado con saña por la derecha. No ha sido la
izquierda quien ha abierto esa brecha aterradora entre los de arriba y los de
abajo.
Lo alarmante del asunto es que han
instrumentado ese juicio universal satanizador a partir de los descalabros del Socialismo
Real. Parecen ignorar, los que siguen este jueguito, no los que lo
instrumentas, para ellos todo está claro; izquierda es un peligro, parecen
ignorar, decía, que los hombres más progresistas del mundo, los que cuentan con
una información real y son capaces de pensar en los desposeídos, forman parte
de la legión de los pensadores de
izquierda. Son éstos los que mueven
voluntades en defensa de los desposeídos y los que, muchas veces, tienen que
hacer causa común, con procesos erróneos con tal de no coincidir con la derecha
y su retardataria visión social.
Izquierda es una filosofía, una visión del
mundo, una ubicación conceptual y no un partido o un gobierno. Aquéllos pueden serlo o no y honrar la filosofía con
sus acciones o, lo que ha sido frecuente, traicionar o perjudicar de alguna
forma el concepto a partir de su praxis social.
Lo que sí debe quedar claro, reitero, es que la izquierda, con todos sus
desaciertos, ha conquistado, desde el poder o desde la oposición, infinidad de
cambios y modificaciones políticas, sociales y administrativas que benefician a
las mayorías. La derecha actúa para perpetuar el poder de las grandes empresas,
institucionaliza la desigualdad y genera la concentración del poder económico
por encima de cualquier otra consideración, como expresan los datos alarmantes
que hemos ofrecido con anterioridad.
¿Conocen alguna institución de derecha, alguna súper corporación que esté trabajando para
disminuir la mortandad y el hombre infantil en África?
Sin ir muy lejos, de forma elemental, cabría hacer alguna comparación; la
izquierda protagonizó ese fenómeno conocido como stalinismo, que trajo
consecuencias funestas para la humanidad, su huella como sistema significó
experiencias costosas para otros pueblos, para las propias ideas progresistas, pero
la izquierda no fue quien invadió Viet-Nam y dejó centenares de miles de muertos
inocentes, niños y ancianos barridos con sus aldeas. No fue la izquierda quien
entró en Irak y dejó, además de las miles de vidas que se perdieron y se siguen
perdiendo, el destrozo de una cultura milenaria. No fue la izquierda quien
intervino Nicaragua para eliminar a su líder, Sandino; no quien intervino en Guatemala cuando Jacobo Árbenz, el soldado del
pueblo, intentó modernizar al país y desarrollar, entre otras cosas, una
reforma agraria en beneficio de su pueblo; no quien invadió a República Dominicana, Haití, Cuba, Granada,
etc. Suficientes ejemplos para medir. Sería interminable la lista de
invasiones, ataques, intromisiones y muertes sembradas por todas partes, no
precisamente bajo la bandera de la izquierda. ¿Cómo se pueden calificar los que
ignorando todo esto se apresuran a golpear donde la izquierda, e incluso la
supuesta izquierda, comete sus excesos?
Uno puede asombrarse cuando ve a analistas, entre y sin comillas,
reclamándole modernidad a la izquierda, en lo que no están del todo
equivocados, pero la modernidad solicitada, casi siempre significa alianza y
convivencia placentera con la derecha. ¿Esa es la izquierda que requiere la
gente o la que le conviene a la derecha? Creo que se necesita una izquierda
propositiva, combativa, capaz de generar proyectos convincentes sin hacer
concesiones de principio y sin exclusiones ni persecuciones. Una izquierda
inteligente, ausente de oportunismos, corrupciones y capaz de generar programas
que se distancien, cada vez más, de las propuestas inequitativas de la derecha
neoliberal. Se necesita una izquierda capaz de interpretar el pensamiento
progresista de libertades y transformaciones sociales, como lo ven los hombres
de pensamiento, como lo requieren los pueblos. No necesitamos una izquierda que
discrimine, que arrebate derechos y que excluya; eso lo hace divinamente la
derecha, sin miramientos, con sus artimañas políticas, sus mecanismos de
mercado y su ilusionismo ideológico.
Los primeros que deben de estudiar la historia son los políticos de
izquierda, para que no sean rebasados por la propia izquierda. Deben de
estudiarla también los “analistas” emocionales que le hacen el juego a una
derecha cada vez más manipuladora y oprobiosa, que permite, repito, que 85
personas del mundo ocupen bienes materiales equivalentes a lo que reciben 3500
millones de personas, de carne y hueso, por cierto, como ellos, como los
privilegiados del flagelo económico.