martes, 2 de diciembre de 2014

COMENTO SOBRE UN TRISTE EDITORIAL DE LA CASA DEL CARIBE






Rafael Carralero


No asombra, a estas alturas no asombra ver un editorial como el que publica la Casa del Caribe, donde se supone que le da respuesta a un artículo de Rafael Duhuarte, en el que habla del Santiago Feo, mejor sería ataca, no responde, y si es que responde, evidentemente lo hace con agresiones y argumentos estadísticos de los que ya el mundo entero está agotado. La enumeración de lo existente en la ciudad ni es respuesta que convence, menos justificación que complazca. Santiago es una ciudad amada y por eso duele. No asombra en absoluto, porque esa institución querida por tantas personas en el mundo, gracias al origen y proyección que le dio uno de los intelectuales más brillantes que haya dado Cuba, me refiero a Joel James, no sólo ha venido perdiendo brillo,  capacidad, voz propia; también ha perdido un poco de dignidad.

  Es pérdida de dignidad  un editorial que escribe alguien que esconde su rostro, pero que aprovecha la institución para insultar, no responder, insultar a uno de sus fundadores, a un intelectual, un investigador prestigioso y serio, un hombre bueno, una persona decente y un revolucionario que ha tenido el coraje y la inteligencia de criticar desde adentro lo que le parece nefasto. Cuando digo desde adentro, no estoy hablando desde la Isla, hablo desde dentro del juicio y el principio revolucionario que defendió, que defendimos desde que éramos estudiantes universitarios. Los horrores que hubo que defender desde aquellos años, donde seguramente el editorialista jugaba en algún patio vecino, fueron muchos.

  Dejo claro que el proyecto revolucionario, la Revolución cubana, fue uno de los acontecimientos más grandes y genuinos de este hemisferio, los jóvenes revolucionarios que en aquellos días finales de la década de los sesenta y  principios de los setenta, enfrentamos los desatinos, la burocracia enfermiza, el extremismo despiadado, que eran justamente las “llagas cancerosas” del proceso que queríamos y defendíamos. Porque la ausencia de crítica es la máxima aspiración del oportunismo, la mediocridad y la verdadera barbarie, que no se localiza realmente en la oposición campo- ciudad, como alguna vez vieron políticos y pensadores del mundo, entre ellos, D.F. Sarmiento. Barbarie es desde cierta posición de “poder” tacar a un amigo, aun compañero a un  hombre con criterio. Nosotros tuvimos que enfrentar esos vicios perversos que tanto daño le hicieron a Cuba y a su revolución. Entre nosotros estaba Rafael  Duhuarte. En aquellos tiempos hubo ataques, persecuciones, ofensas a la dignidad y hasta juicios políticos ¿Lo sabe este editorialista?

   Evidentemente el que escribió este panfleto de camuflaje, para ser bien querido, para ganar méritos o para cumplir órdenes, ignora muchas cosas que no debía. Ignora, por ejemplo, que todo este listado de las cosas grandes que enuncia es una pálida caricatura de lo que la ciudad ofrecía en aquellas décadas a las que he hecho referencia. Digamos, para no hablar de las cosas que se han borrado para siempre, hablemos de las que perduran: El orfeón Santiago y los Coro Madrigalista eran dos instituciones corales de prestigio internacional. EL Cabido Teatral era de las principales agrupaciones del país. La literatura, dice el editorialista, brilla más que nunca. Perdón por mi ignorancia, sé que hay personas allí que brillan en la literatura, yo conozco a los mismos que brillaron en su juventud: Marino Wilson, Teresa Melo, Aida Bar Rafael Dhuarte, Olga Portuondo, etc. Estos estaban, amigo editorialista, amigos de la Casa. Pero en aquel momento que según ustedes, según este postulado sobre el brillo actual, parecen ignorar, estaban también: José Soler Puig, Waldo Leyva, Joel y Ariel James, Nadereax, Cos Cause, Jorge Luis Hernández, Conchita Hernández, Alberto Serré, Rafael  Castro, Augusto de la Torre, Estebanel, Hebert Pérez y Francisco López Segrera, como ensayistas, Sancha que empezaba a brillar de manera especial y yo entre ellos, porque tampoco es de ocultarse. Había otros, los hermanos Leliebre, por ejemplo, León Estrada, que aunque empezara más tarde, creo que es uno de los intelectuales importantes de la ciudad. En el teatro estaban escribiendo Raúl Pomares, Ramiro Herrero, Rogelio Meneses, entre otros. Empezaba también mi fraterno Pascual Díaz. Hasta donde llegan mis conocimientos, hay una diferencia de brillo muy grande o es que vamos a hacerle honores a Manrique con aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”.

   No hablemos de la vida cultural universitaria, porque da ganas de llorar. El cuerpo profesoral de Humanidades era de primer nivel. La acción cultural que se realizaba entre Extensión Universitaria y la que hacíamos nosotros los estudiantes estaba entre los principalísimos focos intelectuales de la nación. El debate era de alto nivel, sobre asuntos de competencia nacional e internacional. Por allí, por el viernes universitario, digamos, pasó medio mundo.

    El colmo de este editorialista sería atreverse a comparar la Casa del Caribe de hoy con lo que fue bajo la dirección de Joel James. A Joel le sobraban Pantalones, Inteligencia, madurez intelectual, prestigio histórico y personalidad. Esta simple numeración de cualidades era suficiente para que la Casa fuera un lugar de excelencia, un sitio donde fluían las ideas originales y autónomas. Era lo más lejos de una institución burocrática, grillera y frívola (Aclaro, con justicia  y respeto, que allí todavía hay personas de mucho valor) Me hubiera gustado, les habría gustado a mucha gente que La Casa sacara un editorial autocrítico diciendo, entre otras cosas que no voy a mencionar por lo que puede afectar la imagen del país, que los últimos festivales (herencia de Joel James y su equipo fundador, actividad más importante de la institución, casi la única que la justifica), han sido desastres organizativos; innumerables eventos tienen que suspenderse porque nadie se entera, en sitios donde se han programados grupos fundamentales de otros países no hay audio, no hay organizadores, no hay un alma. Señalo sólo, sin entrar en detalles para no perjudicar la ciudad y el país, que nuestra delegación sufrió este año, varias agresiones, incluso una tragedia y no hubo un solo funcionario de la Casa, no digo su director, que está muy ocupado en “asuntos de Estado”, que se ocupara de dar la cara y pedir disculpas. ¿Es ese  es el Santiago bonito que defiende el editorialista? ¿Esa  es  la Casa del Caribe de mi entrañable Joel James?

  Con todas estas máculas, de las que por pudor callo muchas, se atreven a escribir un editorial “oportuno”, perdón si no escribí bien la palabra, para golpear a uno de los investigadores, intelectuales más prestigiado de la ciudad. Atacan a Rafael Duhuarte, un caballero en toda la extensión de la palabra (No sé si para ellos eso de caballero suena a burgués), y hombre que sufre por su ciudad. Ni la porquería que hizo el tal del camión invasor, ni el basurero en la calle, ni el escándalo indignante y cierto, ni el jineteo, que por demás, Duharte omite, ni la presión a los extranjeros, ni la ausencia de solidaridad, que fue nuestro valor esencial, y que se ha ido perdiendo en aquella ciudad hermosa y realmente heroica, la ciudad que tanto amamos; nada de eso es bonito, ni permite descalificar el Santiago Feo del que habla Duharte. La defensa de lo indefendible, no puede ser revolucionario y menos honesto. El ataque a un intelectual, a un libre pensador, a un crítico serio se inscribe dentro de las peores cosas que afectaron y afectan al proceso que derivó de la Revolución cubana.    

    Por último quiero decirle al editorialista: vivimos los tiempos de las grandes migraciones, el asunto  es casi apocalíptico. La responsabilidad no es de los migrantes, internos o externos, no es de los que se ven forzados a tales desplazamientos, sino de quienes los empujan a tales acciones, en el justo intento de escapar o buscar una vida mejor. Duharte no ha descalificado a los migrantes, ha hablado del conflicto en sí mismo. Los procesos migratorios no sólo son tristes, son feos y afean, aunque sean responsabilidad de los que los empujan, que muchas veces son los mismos que los reciben.          
  

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